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A mi cronista

Con gratitud.

Presto a cumplirse un año de mi legislatura como alcalde de Valdepeñas, he de agradecerle al cielo la deferencia que me ha dispensado por darme como cronista de mi gestión a un mediocre tan encomiable como el que me ha tocado en suerte. De cuyo nombre no quiero acordarme (parafraseando plagio, sí, pero lo hago a conciencia. No tengo ninguna cita a mano).

Es mi cronista un circunspecto y conspicuo brujo de su tribu que de manera somormuja esconde su marranería con educados modales de hipócrita. Su carrera política ha sido la de un péndulo: pasó de la derecha franquista a la izquierda revolucionaria y de ésta a la derecha sin más. Fracasó en todos lados. Fruto de este ir y venir para volver de ninguna parte, se le ha quedado como testigo en su farinácea faz, un bigotillo cuyas bigornias rememoran los infelices tiempos superados, en el que los concejales lo eran por la cuota de familia y a dedo como fue su caso. Y dicho sea de paso, donde la modernidad era mirar para otro lado cuando se desmantelaban las casas solariegas del lugar para beneficio, quizá, del Gobernador Civil de turno, a quien se debía el honroso nombramiento de ser edil o bistraer algún concejal de cultura que después no rendía cuentas. Eran otros tiempos, no estaba el horno para bollos y menos para llamar a la insurrección civil frente al mamotretoTorre de Babel-Veracruz que cualquier político fracasado en la oposición se le hubiera ocurrido como dicterio (por cierto, en aquel entonces, no había políticos en la oposición, ni en ningún sitio que no fuera Cara al Sol) por eso él no se reconoce ahora. Y debería hacerlo porque nunca ha dejado de estar en la oposición desde que la democracia la hizo el pueblo y no los himnos que él cantó mano derecha en alto –hay fotografía del hecho-. Es su sino.

A propósito de bistraer en la gestión municipal, me cuentan que el consabido cronista hizo en un lugar público y sin recato una apreciación tendenciosa referida al nombramiento del Gerente de Obras. No pasa nada –dijo- antes eran a repartir dos (por quién lo diría teniendo en cuenta que el anterior gobierno era del PP) y ahora serán tres. Me salvó de la quema. No se lo agradezco. Estoy en la obligación de defender la decencia de mis funcionarios y de creer en la honorabilidad de mis hombres de confianza por muy írritos y nulos que sean los comentarios.

Quisiera yo disponer del tiempo que a él le sobra para encalabrinar como el buen diletante que es al lambón de su ego (más barroco, imposible). Pero tengo que gobernar al pueblo que me votó a pesar de no disponer de blasón en el frontispicio de mi puerta ni título universitario que llevarme al currículo. El día que repartían las matrículas estaba yo con mi padre regando en la huerta. Luego lo pisó una mula y tuve que ayudarle a llevar una pequeña tienda de comestibles. Después me vinieron unas calenturas tifoideas y luego tuve que ganarme la vida como pintor de brocha gorda, electricista de escalera en mano, carpintero sin garlopa, camarero de menú del día o dependiente de una tienda de saneamientos… y cuando me di cuenta el título Universitario se lo habían dado a mi cronista. Que le vamos hacer. La vita e cosí.

A partir de entonces tuve que apañarme con los libros de citas para disimular mi indigencia intelectual y elaborar mis discursos. Eché mano de Manuel Seco, de María Moliner, Julio Casares (de la Real Academia Española de la lengua no hablo porqué son muchos)… y Cervantes, sobre todo Cervantes y su voluntad de mudar las cosas; buena gente que me ayudó a frenar la ofensa de quien se creía mejor que sus semejantes porque la vida le había dado una familia con pudientes y ésta, una carrera universitaria. Pero no me arrepiento, me felicito por ser un neoalcalde sin titulo universitario en lugar de un concejal de dudoso pasado democrático y nimbado título, para arrojarlo a la gentuza del pueblo como él llamó a los valdepeñeros cuando, por ser carnaval, le hicieron dar la vuelta a otra calle por la que pretendía circular. Todavía entonces le quedaba a mi cronista la rémora de su maestro, hoy amigo de filas, cuando dijo aquello de “la calle es mía”. ¡Qué gente!

En una ocasión utilicé la palabra ciclotímico (yo lo soy) como metáfora de una gestión municipal, y él, tan generoso, obvió la metáfora para ridiculizarme. Hay una derecha que no perdona que los pobres les gobiernen y hablen bien. ¡Qué gente! Hay otra que por lo mismo, respeta (estamos en el buen camino).

Un día, los medios de comunicación y yo, recibimos una carta (anónima, sí, a los pobres les sigue intimidando la soberbia palaciega en su satiriásis frustrada), decía la carta (tengo copia) que estando ella (era mujer) en un remanso de su trabajo oyó cómo en la habitación de al lado mi cronista le decía a sus colegas: “Voy a decir en el próximo artículo que el alcalde va a quitar la fuente de la plaza. Ya veréis la que se lía”. Y se  lió. Hasta este periódico le dio portada al desmentido. Y entonces él, mi cronista, alcanzó la erección olvidada. ¡Qué gente más rara!

Me cuentan que siendo él candidato, neoconcejal a dirigir la cultura, se paseaba por la casa de la cosa dando órdenes y haciendo observaciones de cómo sería la próxima Exposición Nacional. Soñaba el cronista con ser aquel niño que viéndola nacer podía patrimonial-izarla como el Rey Sol que todo ser frustrado lleva de forma nonata en su fuero interno. Le salieron mal las cuentas y los votos. Se quedó en la oposición y la exposición Nacional de VALDEPEÑAS, huérfana de tal mentor, cuyo único currículo es el de haber sido hijo de un padre culto, honesto y caballero, que dejó plantado a Juan Alcaide en la estación del ferrocarril cuando regresó de su exilio pobre. El pobre poeta lo dejó escrito con sangre: Tú no me recibiste como yo me esperaba / yo me hubiera volcado sobre todas tus sienes / y abriéndome las venas, quedándome en la graba / te hubiera dado el zumo de toda mi corriente/…. ¡Que lastima arrastrar como cadena perpetua ser solo el hijo de alguien que no pudo ir aquel día a la estación!. ¡Pobre cronista!, lo entiendo. Se dota de la dignidad que carece porque tiene que ser duro cumplir más de sesenta años siendo sólo la sombra que se aborrece.

Y luego vienen los principios. Este hombre que juró defender los intereses de su pueblo los paraliza en interés propio. Tiene este cronista mío su castillo en una ladera que durante años le ha regalado el Sol de poniente y que ahora por mor del desarrollo urbanístico lo ha puesto a la sombra. Cuarenta años cara al Sol producen insolación y no se resigna. Quiere este hombre el Sol para él sólo. Desbarro. Me explico. En torno a su castillo se ha desarrollado un polígono de viviendas nuevas y él como copartícipe ha entrado (forzosamente) en la Junta de Compensación y lejos de ayudar al desarrollo de su pueblo y su polígono, como éste pasa por su casa (y pasa), dice que no. La Junta lo ha llevado a los tribunales y el Ayuntamiento que es parte, también. Y así llevamos cinco años. Ironías del destino de quién juró defender el progreso de su pueblo y se ve demandado por él. ¡Qué gente!. Si pudiera meter el Sol en su casa y cerrar las ventanas no lo veríamos. Son hijos de Felipe II y su llama vestida de negro como penitencia a los pecados del Imperio en el que el Sol no se ponía.

Lo mejor que le ha pasado a este hombre en función de su cargo (ninguno), es que acudió un domingo a la misa de doce en un barrio de Valdepeñas y allí confesó haber encontrado la fe que había perdido en su apóstata trayectoria pública. No hablaba aquel día el Evangelio de las Sagradas Escrituras y encontró la fe (dice él) pero no le dieron a leer los Mandamientos de la Ley de Dios ni los pecados capitales y como consecuencia, no esperó a las Tablas de la Ley, y adoró al falso ídolo en forma de artículo periodístico (en este semanario). Dios le perdona. Ya lo hizo con el pueblo de Israel cuando Moisés bajó del monte Sinaí. La historia se repite. ¡Qué paciencia tiene Dios con algunos!.

Hay más. No me perdona mi cronista el sueldo que mi pueblo me paga (él lo engorda como difamación para justificar su maledicencia), y lo que peor lleva es que sea el primer alcalde que lo publicó en el Boletín Oficial de la Provincia. Tanta transparencia molesta. Le obliga a que si él llega (cosa con lo que supongo sueña) tenga que hacer lo mismo y tiene más cosas que ocultar que yo. Tengo yo en mi patrimonio dibujos y pinturas regaladas y dedicadas por los pintores amigos de los que mi cronista presume sin conocer. Los pobres nos conformamos con poco, como dice el portavoz del gobierno municipal: “Con que nos salga bueno el azadón”. Presumió mi cronista en un Pleno Municipal de ser amigo personal de un hijo predilecto de Valdepeñas al que invitamos a ser jurado de la última Exposición Nacional y a quien yo publiqué sus obras completas. No lo conoce. Y al académico le suena el apellido de mi cronista por el de su padre. ¡Una vez más! ¡Que rémora para una existencia: ser hijo de alguien para no ser uno nada en la vida! Terminando de cronista de un neoalcalde sin título universitario, teniéndolo él.

Quisiera yo disponer del tiempo que a él le sobra para encalabrinar como el buen diletante que es al lambón de su ego. No tengo tiempo. Pero me felicito que el destino me haya dado tan mediocre cronista, porque cuando yo no exista y se estudie la historia de este tiempo y de este pueblo, bastará con acudir a las chuzonadas de sus libelos para dar fe de que he vivido. Gracias por ladrar a la rémora de mi cabalgadura. “Yo existo porque tú me nombras” cronista mío (primera y última cita que en tu honor plasmo). Gracias.

Jesús Martín Rodríguez-Caro

Alcalde-Presidente de Valdepeñas

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