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Discurso de Investidura

Sr. Secretario,

Sr. Interventor,

Miembros de la Corporación,

Sras y Sres.

Valdepeñeras y valdepeñeros, hoy todos.

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los Ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena a címbalo que retiñe.

Aunque tuviera el don de la profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.

Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés, no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.”

Por obvio, obvio aclarar al auditorio, que siendo este texto el inicio de mi discurso, no es de mi pobre ingenio, es del talento de San Pablo en su Carta a los Corintios de la que, desde mi agnosticismo, me sirvo con la segura complacencia del Santo Padre de la Iglesia. ¿Y por qué lo hago? Por una razón sencilla, porque aquí nos ha traído “la caridad que se alegra con la verdad”. Para unos más verdad o más caridad que para otros, todo hay que decirlo.

La historia nos ha demostrado que los pueblos sobreviven a sus gobernantes, por eso, desde la obligada deuda que hoy asumo de diez mil votos sobre quince mil y, siendo consciente de que los sufragios hacen sólidas a las instituciones y no necesariamente a los hombres y mujeres que las gobiernan, confieso la debilidad humana en la que pude incurrir al no haber atendido el consejo de quien sé que bien me quiere, y haber llegado a este discurso creyéndome sólido yo, no la institución cuya representación en préstamo hoy asumo. Desde esa ficción pretendía demandar de mis acreedores la deuda de aquellos que, olvidando cualquier deontología, han hecho de esta pasada campaña electoral un campo devastado por el desatino y la sinrazón. Craso error el de ellos, y también hubiera sido el mío, si la vanidad humana, la ceguera ambición, me hubieran llevado a la obscenidad de las actitudes a las que los políticos conducimos nuestras obsesiones. Actitudes que justifican que “los mejores entre los pobres no sean nunca agradecidos. Son desagradecidos, contestatarios, desobedientes y rebeldes. Tienen toda la razón para serlo.” El día que los políticos aprendamos que hemos de trabajar para dejarle al futuro algo más que “catedrales y pestes”, volveremos a recuperar nuestra razón de ser, y posiblemente el necesario reconocimiento social.

La campaña electoral que aquí nos ha traído con la verdad de la Democracia, ha judicializado la vida pública valdepeñera. Quizás pensaban y, desde luego creyeron quienes idearon tales campañas, que con la palabra “imputado” se ganaban las elecciones y, de paso, quizás quitarme el honor con daño. Perdónenme la falsa humildad que, puesta en valor, también es defecto, pero nadie puede ya hacerme daño. Yo soy un ser humano que tiene dormido en su infancia a un niño que, desde que tuvo uso de razón, se acostumbró a oír dos pupitres detrás de él como la maledicencia lo riculizaba, cuando no lo insultaba abiertamente, o lo agredía sin causa, sólo por ser distinto.

Permítanme una reflexión. Cuando un hombre ha enterrado a sus progenitores, no tiene hijos a quienes rendirles cuentas, la vida le ha regalado no pocos amigos y el amor de un ser humano, no necesita nada más. Pero en mi caso la vida me ha regalado algo imponderable, me ha regalado el afecto y el respeto del pueblo que me vio en pantalón corto y hoy, nuevamente, deposita en mí la responsabilidad de su gobierno. Por eso, personalmente, quiero tener caridad, y créanme que lo hago en contra de mi razón, pero quiso el cielo negarme la capacidad de odiar. Y yo sé que Valdepeñas no es así. Mi pueblo no ensucia su nombre, no miente; usa argumentos. No se ríe, ni se burla, ni caricaturiza a su Alcalde, lo respeta. Mi pueblo es culto y humanista. No ensucia el nombre de Valdepeñas, lo venera. Ni ridiculiza el nombre de una madre, la mía (máxime si está muerta), en un libelo electoral. No estoy falsificando una verdad: Todo lo excuso. Todo lo creo. Todo lo espero. Todo lo soporto. Aprendí de San Pablo que La caridad no acaba nunca.

Puestas las cosas así, uno se pregunta: ¿Qué le está pasando al mundo / por qué no se quiere nadie? ¿Tan difícil es en política decir nuestra verdad sin omitir la verdad de Machado? Yo creo que no. Claro que cada uno de nosotros es una verdad consustancial a la razón de Descartes. Pero la razón política no ha de pasar necesariamente ni por negar lo obvio, ni por aplaudir el error. Por eso solicito de mis compañeros de oposición, razón en su crítica y me conformo con sus silencios, en los pocos o muchos aciertos que mi gobierno tuviera.

No seré políticamente correcto, de hecho no lo estoy siendo. Pero si hoy, en vez de ser investido Alcalde, empezara a escribir mi paso por la Alcaldía de los últimos cuatro años, el primer párrafo diría: “He conocido a gente mala”. A gente que le puede más sus intereses personales y económicos que los del pueblo del que presumen ser y defender.

Hace doce años (y esta vez, no lo fío largo), se instaló en el boca a boca, que aquí un Alcalde y un gobierno habían permitido que el agua de nuestros pantanos se fuera a Manzanares. ¿Se acuerdan? Yo sí. No coló, por los pelos, pero no coló. Ironías del tiempo y la necesidad, doce años después, no sólo no se ha ido el agua al pueblo hermano (que si falta le hiciera y la tuviéramos, se la daríamos), sino que del pueblo hermano nos llegará a nosotros la tubería de la Llanura Manchega, desde la cabecera del Tajo hasta la cabecera de pantano de La Cabezuela, para consolidar el merecido futuro que le debemos a nuestro pasado.

Hace ocho años, en el boca a boca, se instaló que un Alcalde, oriundo de Manzanares (¡qué obsesión con Manzanares!), se estaba haciendo allí su casa, más bien palacio, a costa del sueldo que cobraba del Ayuntamiento de Valdepeñas. ¿Se acuerdan? Yo sí. Coló, por los pelos, pero coló. Y de la casa, más bien palacio, nunca más se supo.

Hace cuatro años, amigos intelectuales y artistas, algunos me acompañan hoy, gracias por estar aquí, sufrieron una serie de improperios de forma inversa al afecto que me dispensaron, tan sólo por dar una opinión sobre mi persona. Y más a más, en el boca a boca, quisieron instalar que yo sólo utilizaría el Ayuntamiento en provecho propio y que, si ganaba las elecciones, a los dos años me iría. No coló. Gané las elecciones, no me he ido y aquí estoy.

Y en estas elecciones ha sido una querella criminal (claro, ¡qué iba a ser si no)!, una denuncia, y una información torticera y tendenciosa de que el gobierno y este Alcalde que hoy se inviste, si ganara, que ha ganado, el Polígono Industrial sería suelo residencial con lo que todas las empresas asentadas en él tendrían que cambiar de sitio. No ha colado. Y como no ha colado, ya se nos ha hecho llegar que en esta legislatura tendremos dos huelgas. Pues aquí estamos, a ver si cuela.

Por si colara, me permito decirles a nuestros empresarios que este gobierno que hoy nace, como el que se fue ayer, es consciente de que todo lo que no sea crear riqueza es repartir miseria. Y no hemos llegado hasta aquí para hacer caridad, ni siquiera de la buena, de la de San Pablo.

En definitiva, el empresario que necesite de su Ayuntamiento y su Alcalde, puede contar con él sin condiciones previas. Sepan pues los empresarios que este que soy yo, si me dejan, simbólicamente me sentaré en el consejo de administración de cada una de las empresas de Valdepeñas, y como tal consejero, no necesitan de mandatarios para hablar con este gobierno. Y por si a alguno le quedó duda, aquello que le dijeron de “si gana éste (éste era yo), el Polígono del Vino se reclasificará en suelo residencial y todos nos vamos de aquí”. De eso nada. De aquí no se va nadie y el suelo del Polígono del Vino seguirá siendo lo que es, suelo industrial que no poca falta nos hace.

No pocos de los presentes, a estas alturas del discurso, habrán echado en falta la cortesía, obligada en este caso, de rendir un homenaje a las mujeres y hombres que en estos últimos cuatro años entregaron parte de su tiempo y trabajo al servicio de Valdepeñas. En la medida que un Alcalde pueda ser portavoz único de un pueblo, dejo aquí constancia de un decreto de gratitud y agradecimiento a Doña Sandra Luna Fernández, a Doña Maria Sebastiana Hurtado de Mendoza, a Doña María Dolores Alcaide López de Lerma, a Doña Juana Palencia Sarrión, a Doña María Isabel Jiménez Jiménez, a Doña María Lucía Gallego Pozo y a Doña Isabel Bernal Saavedra. De otra parte, en igual ponderación, saludo a Don Héctor Huertas Camacho, a Don Carlos Molina Rivera, a Don Alberto Fernández Afán, a Don Antonio González Villafranca y a Don Manuel Parra Fernández.

Entenderán todos los aquí presentes y compañeros citados, nobleza obliga, que cite en singular a D. Rafael Martínez de Carnero y Calzada.

Amigo Alcalde. Me tomo la licencia de llamarte amigo para decirte que en lo que yo te haya podido ofender, hoy, públicamente, con la rodilla en tierra, solicito tu perdón. Para los que te ofendieron, quizá más y con menos motivos que yo, sólo te puedo dar como consejo la máxima de Kant (que mucho me temo haré mía con el tiempo): “Con las piedras que con duro intento los críticos te lanzan, bien puedes erigirte un monumento”. Amigo Alcalde, amigo Rafa, hoy tu pueblo, que es el mío, y tu Alcalde que soy yo, te damos las gracias.

Escribiendo este discurso, yo mismo he detectado la falta de contenido político sobre aquel otro, que en situación similar a ésta, hace ahora cuatro años, lo precedió. Pero qué quieren que les diga que no haya repetido hasta la saciedad. Mis compañeros y yo, hace cuatro años, imaginamos un proyecto de Ciudad que el vértigo del tiempo -tan corto para el que ama-, en cuatro años no ha podido consumarlo. Es en estos próximos cuatro cuando iniciamos la segunda parte de un libro que ha de quedar enorme y abierto porque se llama Valdepeñas.

En el tiempo recientemente pasado y en no pocas ocasiones, se nos ha observado que la preeminencia de cada uno de los Plenos Municipales era el Urbanismo (tan sospechoso últimamente. A mí me llevó ayer a los Juzgados, que no a los Tribunales). Parece como si, unida a la riqueza que dicha actividad ha reportado a la ciudad, al margen de sanear nuestras arcas públicas, no contaran las más de ciento cincuenta infraestructuras creadas en estos últimos cuatro años. No es cuestión de pasar lista ahora, doy por hecho que los valdepeñeros lo hicieron cuando votaron.

A quienes consideran que gobernar un pueblo es algo más, llevan mucha razón, pero han de saber que la mayor mácula de la actual Administración Local es su precaria financiación pública. Para ejemplo un botón. Hoy el Ayuntamiento de Valdepeñas pasa por ser una Administración saneada ante todos los organismos públicos fiscalizadores. Y lo que es más importante y creíble, frente a las entidades bancarias (que menudas son). Aun así nuestro estado de ingresos corrientes es igual al de gastos. ¿Gastamos mal? No, es que no podemos gastar menos, ni en justicia fiscal ingresar más.

Nuestro gasto de personal directo o indirecto, más nuestro gasto estructural en bienes corrientes y servicios, se equipara a nuestro ingreso corriente. Dicho a la pata la llana, con lo que ingresamos, no nos llega. ¿Y por qué es esto? Porque un ciudadano no sabe, ni tiene porque saberlo, que cuando necesita una vivienda, o un trabajo o un colegio no es su Alcalde el responsable de paliar esas carencias, pero es a su Alcalde a quien acude, ¿a quién si no?

Vivimos en una sociedad en la que hemos dejado de pensar en cómo vivimos, y eso nos ha llevado a dejar de vivir como pensamos. Pensamos en solidaridad, pero vivimos en la abundancia a la que no renunciamos ni con el pensamiento. Por eso, pongo por caso, queremos mejores jardines, mejores plazas, mejor servicio de limpieza, mejor abastecimiento de agua y pagar menos impuestos. Es egoísta el ciudadano, sí, tiene todo el derecho a serlo. Pero eso obliga a un Gobierno Municipal y a un Alcalde a ser primero gestor y después gobernante.

Por eso, al igual que en los últimos cuatro años hemos conseguido persuadir a otras administraciones públicas de nuestras carencias y que nos las paguen. Y obtener mediante el Urbanismo una financiación suficiente para hacer frente a nuestras necesidades, sin aumentar la presión fiscal. En los próximos cuatro años aminoraremos los impuestos y aumentaremos nuestros servicios, de acuerdo a nuestras promesas. Y dotaremos a la Administración de una fuente de riqueza de acuerdo al desarrollo del mercado con el Plan de Ordenación Municipal. Del resto de los objetivos que han de fijarse en un discurso de investidura, les emplazo a que los valdepeñeros me lo lean a mí, dentro de cuatro años.

No se extrañe nadie que no haga aquí cuentas de cuántos suman este Gobierno. Sumamos veintiuno. A los que aquí estamos, que somos treinta y dos mil, confiamos gobernar desde la serenidad y gratitud con la que nos votaron y me sirvo plagiar unos versos de Felipe Benítez para deciros:

        He traído el cadáver del tiempo entre las manos

        Para que veas de cerca el cuerpo del delito,

        La fuente murmurante, la turbia fontefrida

        De este desasosiego que en el fondo no es nada,

        Sino yo.

        Para terminar, mi recuerdo y homenaje a la memoria de cuantos valdepeñeros nos hicieron como somos. Y a las fuerzas políticas que aquí se sientan por soberanía popular me permito hacerles una consideración: aquí estamos tres partidos pero sólo hay un pueblo. Apelo a los presentes a no olvidar la unidad,  porque ya nos han dicho los que en nosotros mandan que ellos no son tres, suman uno: Valdepeñas.

        Muchas gracias.

 

 

VALDEPEÑAS, a dieciséis de junio de 2007

 

 

 

Jesús Martín Rodríguez

ALCALDE PRESIDENTE DE VALDEPEÑAS

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