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Discurso Investidura 2014-2019

Señoras y señores corporativos,

Sr. Secretario General de la administración de este ayuntamiento,

Sr. Interventor,

Alcaldes de Valdepeñas,

Valdepeñeras y valdepeñeros aquí presentes y a cuantos estas palabras lleguen.

Mi mente, poblada de nombres propios a los que guardo gratitud, es fiduciaria del niño que descubrió un mundo inabarcable en los libros de las escuelas pías de Bataneros. Como a Albert Camus, en el frontispicio de mi manera de vivir: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”.

Esta manera de abrogar la vida, me ha hecho más un hombre de paradojas que de prejuicios, hasta el punto de hacerme un ser tolerante con una sola intolerancia, estar frente a la intolerancia.

Ha sido esta máxima la que a lo largo de mi vida me enseño que es un error odiar al adversario, porque entonces no estamos en condiciones de juzgarlo. Y, a fin de cuentas, nada hay totalmente errado en esta vida, hasta un reloj parado, esta acertado dos horas al día.

Dicho en palabras del primer premio Princesa de Asturias, Emilio Lledó, comparto con él que: “No es lícito arrojar las verdades como puños para reproducir en este país triste (o entristecido) lo que se siente como verdad absoluta…/… dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de todo no hay un pequeño sí”.

No pocos de los que hoy dejan el compromiso más hermoso que la libertad dio al hombre, como es la de servir a su pueblo -y a los que doy las gracias por el servicio prestado- saben cómo me he servido de la palabra para adentrarme en el territorio del encuentro. Territorio del que no pocas veces he salido con la decepción atrabiliaria del gato escaldado comprobando como, retorciendo las palabras con serena crueldad, el acuerdo se tornaba en boutade deslealtad.

Aun así, el territorio del encuentro es suficientemente vasto como para que la corajina no llegue al abismo de sus fronteras. Como ocurre con la raya del horizonte, en la medida que las palabras y los pasos avanzan, la raya se aleja porque el horizonte es siempre inalcanzable, pero intentar llegar a el nos hace caminar, crecer, incluso a veces… desesperar. Y recordando a mi añorado amigo Félix Grande: “Sólo son verdaderas / las palabras irreparables”. Yo hoy aquí quiero daros las mias para poder negociarlas con las vuestras.

En La República de Platón y en La Política de Aristóteles se dice que la salvación de los Estados, de los pueblos y de las naciones se da a través de la decencia y de la cultura.

Cuarenta años después de aquella transición qué nos exilió de la noche oscura de nuestra historia, los intelectuales han clamado por la decencia política, porque al igual que Cervantes se instaló en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la desigualdad, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró, hoy nuestro sistema político está en crisis. La verdad empírica nos demuestra que la endogamia que nació del silencio de la dictadura, ha justificado soeces actitudes que nada tienen que ver con la presunción de inocencia que a todo Estado de Derecho asiste. Y así hemos llegado inicuamente a justificar el mal de la corrupción como mal menor de una verdad que nunca fue. “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopia, es justicia”.

En estos últimos doce años, la decencia y la cultura, han sido para mí una obsesión, porque muchos años atrás, leí en los labios de un padre del socialismo español que se ha de depositar la confianza en los más honrados y desconfiar de ellos como si fueran los más corruptos. Y creo tener autoridad moral para estar hoy aquí, doce años después, y proclamar que Valdepeñas ha tenido gobiernos decentes y cultos.

Aún así, con eso no basta, porque no es un valor en sí mismo, va de suyo que los ciudadanos depositan su confianza asumiendo los riesgos en su voto, pero somos los políticos los que tenemos la obligación de no traicionar los riesgos. Y entiendo, aunque no comparto, que una parte de la sociedad nacida con la Constitución redactada, quiera, como escuché a un candidato, que quienes le habían traído hasta aquí, no fueran los que le llevaran al futuro. Es esta una reflexión embolatada, egoísta, egocéntrica e injusta. Los que nos trajeron hasta aquí fueron los que renunciaron a su vida para hacer mejor la nuestra.

No obstante, entiendo a los que hayan podido votar desde la frustración, la rabia o la ira. Pero hemos de ser diligentes en no hacer política con la rabia o la ira, porque al socaire de la ira y la rabia no se puede gobernar sin hacer daño a los justos. No se puede subvertir el Estado de Derecho con el castigo sino con más derechos. Por eso yo acato democráticamente los resultados sin cuestionar la intelectualidad del voto, no hacerlo sería antidemocrático por cuanto convertiría en ilota a quién su voto depositó. Al igual que el nuevo régimen le dio al individuo la carta de ciudadanía, la socialdemocracia le dio al ciudadano la dignidad.

A lo largo de mis años de gobierno he tenido siempre muy claro que las urnas designan por mayoría al que gobierna, pero investido el gobernante, no puede gobernar para su mayoría, ha de gobernar para todos. Yo me confieso agnóstico, pero mis gobiernos han ayudado y seguirán ayudando a todas las confesiones que en Valdepeñas son. Llevo a gala, que al día de hoy, ningún valdepeñero ni valdepeñera puede decir que su alcalde no le ha atendido y/o solucionado su demanda porque el demandante tuviera otra opción política o credo. Comprometo mi palabra en irme sin que nadie pueda darme ese argumento.

El ruido mediático, en no pocas ocasiones, hace que confundamos lo nuevo con lo joven, obviando que si  José Luis Sampedro, pongo por caso, a los noventa y seis años que la vida le regaló, el día que decidió morirse hubiera decidido presentarse a las elecciones a Presidente del Gobierno de España, no pocos de los presentes, entre ellos yo, hubiéramos depositado en él el voto de nuestro destino como ciudadanos.

Confundir la armadura con el pensamiento es un error en que pueden incurrir el pensamiento y la armadura. La mía no es la que fue hace doce años, cuando desde esta misma tribuna, me dirigí a Valdepeñas para decirle que quería hacer de nuestra Ciudad la ciudad en la que me hubiera gustado nacer, no porque no estuviera a gusto en ella, de hecho ella me hizo, sino porque consideraba que era notablemente mejorable en recursos y futuros. Hoy doce años después, soy de la convicción, al decir de Rousseau que “el gobierno es una ciencia que se posee menos cuanto más se aprende y se conquista mejor obedeciendo que mandando”. Y en ese pensamiento hoy soy más nuevo que hace doce años: Sé más, escucho más y mando menos.

La convulsión contemporánea del desencanto, puede llevarnos a la nada, o lo que es peor, al error, porque de la nada puede nacer la esencia de la que parte, del error sólo nace el encubrimiento. Yo no tengo miedo a la convulsión, tengo miedo al encubrimiento. Mis padres también se asustaron en la zozobra del tiempo que estaba por venir. No nos engaña el presente, pero puede engañarnos lo que el presente calla. Y así como a veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado de las cosas, se nos olvida el pensamiento de Camus: “La verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente”.

No puede haber futuro con políticas y políticos que por acción u omisión, como aporía, en aras de salvar el futuro, se amparan en proteger el presente de unos pocos, los suyos, a consta de las lágrimas de los otros, alegando que sin aquellos el presente nos lleva al caos. Un pueblo que no protege a los vulnerables se hace vulnerable. Pero proteger no es hacer caridad, “por la caridad entra la miseria en los conventos” reza una máxima dominica, proteger es hacer justicia social. Porque el valor no es el precio. No es lo que se tiene sino como se invierte. Y todo lo que no sea crear riqueza es repartir miseria.

Soy plenamente consciente de que un ciudadano que no puede llegar al Presidente del Gobierno, a veces ni siquiera al de su Comunidad, focalice sus frustraciones en su ayuntamiento. Para salvar ese abismo, está la esencia de la vida municipal, los concejales, los alcaldes y alcaldesas cuya única salvaguarda es el gesto y la palabra no siempre comprendida por un ciudadano que no entiende por qué no tiene trabajo, por qué no sale en la última bolsa de empleo, por qué le cortan la luz, el salario y le suben el IBI. Injusticia que este ayuntamiento -en cumplimiento de sus propios acuerdos- corregirá en cuanto nos sean devueltas estas competencias fiscales. Y es lógico entender que el ciudadano no siempre entienda que su ayuntamiento es el primer damnificado de la ciudadanía. Aun así, seguiremos extralimitándonos en nuestras competencias para al decir del verso llevar a los valdepeñeros un trozo del paraíso.

No me extenderé más en este discurso que estaba llamado a decir lo que queremos hacer en los próximos cuatro años. Mi partido no ha concurrido a las elecciones con un programa, ha concurrido con un compromiso de medidas abiertas a ser incorporadas, borradas o sustituidas por lo que nos demande la penúltima página de este libro que se llama Valdepeñas, y cuando se cumplan esos cuatro años, la última página será lo que quede después de la batalla.

“Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, escribió Eduardo Galeano. Para ameritar el futuro, hemos de hacer más para ser mejores y hemos de cambiar juntos.

Herederos de un tiempo donde la verdad nunca fue machadiana, nuestra desmedrada cultura democrática no nos dejó ver que “… Dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de todo no hay un pequeño sí”. La política de la diferencia no nos puede llevar a la del desencuentro. Hoy frente a todos ustedes me comprometo a persistir en la sana senda de la duda, porque por razones de mi existencia (que no vienen al caso en este discurso), un día me grabé a fuego el verso de Pessoa y “llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”.

Valdepeñas: en nombre de cuantos hoy hemos jurado o prometido servirte, gracias de corazón por depositar en nosotros y nosotras vuestra confianza, para que juntos hoy podemos beber el vino del amor que sólo una copa sirve.

Gracias.

Jesús Martín Rodríguez-Caro

Valdepeñas, a trece de junio de dos mil quince

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