Brindis Poético a cargo de Dª Ángeles Mora Fragoso, Premio Nacional de Poesía 2016
Sr. Alcalde de Valdepeñas, Sr. Delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha, Sr. Consejero de Agricultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, amigas y amigos, público presente:
Es para mí un verdadero placer haber sido invitada para hacer este brindis poético en honor del vino de Valdepeñas dentro de las Fiestas de la Vendimia de este año 2019. Nunca había estado antes en Valdepeñas pero Valdepeñas, sin duda, ha estado en mí, cuando he bebido sus vinos, cada día con más prestigio, tanto en nuestro país como fuera de él. Pero no se trata sólo de que recuerde en esta tierra de exquisitos vinos, la unión entre el vino y la poesía, mi brindis será sobre todo de amor. Amor al vino y a la poesía. El vino está unido al amor y a la sensualidad y la celebración colectiva y también íntima de la vida: sin duda, el fuego del vino y el fuego del amor hacen un inevitable maridaje.
Como bien sabemos vino y literatura andan unidos desde los comienzos de la propia literatura: desde la época clásica a la actual.
Cuando Gonzalo de Berceo quiere escribir en “roman paladino”, o sea, en la lengua que usaba el pueblo, dejando a un lado la lengua culta, el latín, ya en la segunda estrofa de su obra “Vida de Santo Domingo de Silos” considera que su esfuerzo por escribir en la lengua que puede entender la gente común, ha de tener recompensa, que valdrá sin duda “un vaso de buen vino”. Así dice el tan conocido pasaje de Berceo:
Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Pero no pretendo hacer un recorrido, que resultaría interminable, deteniéndome en el continuo vínculo que podemos rastrear entre vino y literatura, cosa que, además, ya han hecho prestigiosos investigadores. Sólo voy a detenerme en dar algunas pinceladas sobre la cultura del vino o sobre el vino y la cultura. Por supuesto, antes de seguir adelante, estando en esta tierra manchega no puedo menos que recordar que, inevitablemente, otra de mis grandes emociones de esta tarde tiene que ver con saber que estoy en un lugar de la Mancha, la tierra de Don Quijote, así que Cervantes y su obra universal abren el apetito literario de cualquiera. Y también la sed de vino, recordando las muy numerosas referencias al vino que hay en la obra de Cervantes. Don Quijote bebe vino alguna vez incluso con la celada puesta, y hay un momento en el que Sancho (que es el que verdaderamente bebe vino siempre que puede) llega a decir: “que a un brindis de un amigo ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga razón?”. Desde luego que Sancho Panza sabe lo que dice, puesto que brindar con las personas queridas es de lo más hermoso y alegre que podemos hacer en la vida.
El vino entra en la literatura, en la poesía, para darle vida, tanto en la alegría como en la tristeza, como en la pura emoción amorosa.
No voy a recitar famosos poemas sobre el vino que son de sobra conocidos, como la “Oda al vino” de Neruda o el fantástico “Soneto del vino” de Borges, o el genial de Lope de Vega “Cleopatra a Antonio en oloroso vino”, ni otros de Góngora o Quevedo, ni los poemas al vino de Baudelaire en “Las flores del mal”, etc. Pero tampoco puedo dejar de recordar el ardor con que la literatura se ha ocupado de resaltar las virtudes del vino. Dijo Virginia Woolf en una célebre frase: “El lenguaje es vino en los labios”. Y es cierto. Podríamos decir que a los poetas, a los escritores, lo mismo nos embriaga el vino que la palabra. Federico García Lorca decía: “Me gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo”. Mi admirada Emily Dickinson, también mencionó el vino, no solo en alguno de sus poemas sino incluso en una carta y de forma curiosa. Claro que siendo una poeta norteamericana del siglo XIX hablaba del vino que primero llegó por allá: el vino de Jerez. En la carta, para describir el color de sus ojos decía que era “como el jerez en el vaso que deja el invitado”.
Gloria Fuertes, esa gran y original poeta madrileña, de inmensa personalidad e ironía, de poesía incómoda para la época en que le tocó vivir, por lo que fue durante mucho tiempo reducida a la temática infantil (ella decía, con su natural guasa, pero también emoción: “Escribo para niños para comer./ Escribo para mayores para vivir”). Gloria Fuertes cita en varios de sus poemas el vino. En uno de ellos, titulado “Si mi corazón” dice: Si mi corazón fuese un racimo./ ¡Qué vino daría mi corazón!/ Si tú bebieras ese vino/ perderías también la razón…” Y en su poema “Estamos” decía: Somos lo que comemos./ Estamos como bebemos.
Pero ella, que presumía de ser una poeta del pueblo, dijo en otro poema:
Me gusta el vino como a los albañiles
Y también:
Eres como el vino,
un vinillo alegre
que te embala y hiere.
Pero voy a cambiar absolutamente de tercio, o sea, de registro poético, porque no puedo hacer este brindis sin recordar a un poeta al que admiro desde mi juventud primera, me refiero al poeta cubano José Ángel Buesa. Muy popular en su época, nació en 1910, se le llegó a llamar “el poeta enamorado”. Yo quedé hechizada con su poesía, a los quince años, más o menos, al leer en una revista para jovencitas, su famoso “Poema de la despedida”, que me aprendí de memoria y aún lo recito para mí misma muchas veces. No habla de vino, pero a mí me embriagó (será por lo que decía Virginia Woolf que el lenguaje es vino en los labios). Dice así el “Soneto de la despedida”.
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste… No sé si te quería…
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.
Naturalmente, entró para siempre con este poema en la lista de mis poetas mágicos. Y, aunque es muy probable que en esta tierra del vino ya se haya recitado este otro poema suyo que ahora voy a leer, no me resisto a hacerlo. Se titula, precisamente, “Brindis”. Es un poema en el que José Ángel Buesa habla del amor y del vino con la extrema delicadeza con la que él escribía:
He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío:
una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.
Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo:
la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo.
Al beber, gota a gota, los pétalos flotantes
me rozarán los labios, como labios de amante;
y, en su llama o su nieve de idéntico destino,
serán como fantasmas de besos en el vino.
Ahora, elige tú, amiga, cuál ha de ser tu vaso:
si éste, que es como un alba, o aquél, como un ocaso.
No me preguntes nada: yo sé bien que es mejor
embriagarse de vino que embriagarse de amor…
Y así mientras tú bebes, sonriéndome así,
yo, sin que tú lo sepas, me embriagaré de ti…
Después de estos versos tan románticos, voy a recordar, brevemente, otros del poeta sevillano Joaquín Caro Romero, relacionando el tiempo y el vino. Naturalmente no se refiere el poeta al tiempo atmosférico sino al tiempo vital, el tiempo en nuestra vida, como tema literario. Caro Romero obtuvo el Premio Adonais de poesía en el año 1965 por su magnífico libro: El tiempo en el espejo. Leo sólo el final de su poema “La alcoba y el tiempo”, que pertenece a ese libro:
Se diría que el tiempo
no se da ni se toma,
que el tiempo es como el vino
recogido en la copa,
desgraciado en el suelo
y feliz en la boca.
Finalmente me despido de ustedes alzando mi copa con este poemilla mío dedicado al vino y al amor que se titula: “La luz del vino”.
LA LUZ DEL VINO
Cambia el vino de luz
pero siempre es el mismo.
Arrastra hojas de fuego
igual que tu mirada,
ríos de luna ardiente,
relámpagos de grana,
fulgores invisibles
que en mis labios resbalan.
Cambia el vino de luz
pero no nos engaña
cuando sus rubios látigos
en la garganta estallan,
mientras bajo la lengua
fríos cristales clava.
El vino es en mi boca
uva que se derrama:
me envuelve y me acaricia,
roja o dorada,
igual que por la tuya
finísimas espadas
de áspera luz
te alcanzan.
Ángeles Mora