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Fiestas del Vino 2000. 47 Fiestas del Vino año 2000

Pregón realizado por Luis Carlos Ramírez Ruiz coincidiendo con las Fiestas del Vino 2000

Hace 47 años que Valdepeñas rescató esta brillante tradición de honrar a su patrona, en una conmemoración recuperada de los festejos que se celebraban ya hace cinco siglos, en los que fiesta y jolgorio, creencia y devoción se aunaron para perpetuar lo más sagrado del acervo de nuestra ciudad.

     Como sabéis de sobra y nos recuerda aquel erudito que fue Menéndez Pidal, cualquier estado moderno que se precie, cualquier nación o colectividad, cualquier civilización organizada, no llega a ser nada sin perseverar en el hábito de perpetuar sus ritos, sus costumbres, el folklore o sus leyendas. De ahí la relevancia de congregarnos esta noche aquí, para engrandecer esta Fiesta del Vino, denominada en otro tiempo de la Poesía y de la Vendimia, en honor también a esta tierra de lírica y a nuestros muchos trovadores y juglares.

FIESTAS HISTÓRICAS

     

     La fiesta que hoy conmemoramos se celebraba ya en los estertores de 1500, y no precisamente lejos de este magnífico escenario, aledaño a la famosa cuesta de Palacio que tenemos ahí enfrente y que daba nombre a la mansión de quien compró esta villa por cien mil reales de la época: don Álvaro de Bazán y marqués de Santa Cruz.

     Lo recuerdan bien esos dos estudiosos y rastreadores del pasado local que son Antonio Brotóns y Felipe Ciudad. Si antaño se agasajaba a los pobres y enfermos, desde el mismo día de San Lorenzo, copatrón de la ciudad, como atestiguan bien los muros de esta maravillosa Iglesia de la Asunción, hoy se da de comer y beber con generosidad, a propios y extraños, a todos cuantos nos quieren visitar.

     Anfitriones del pasado fueron el corregidor y las cofradías de caridad, que permitían costear por tanto sólo once mil maravedíes, los dos bueyes, un carnero, el pan con ajónjoli, los garbanzos torraos y las 30 arrobas de vino necesarias para saciar la sed de los parroquianos de entonces. Hoy, como podéis corroborar, son los munícipes y las peñas, junto a otras agrupaciones culturales, el alma y el motor de estas fiestas patronales.

     Ahí están para animarnos colectivos tan ingeniosos y variopintos en sus denominaciones como los Vinosauiros, Obélix Obebes; la peñas Sinconocimiento Yanobeo, Arrea, Amoscaya; la peña A palo seco, Redacción Marchosa, Kachico pan Kachico queso, Tinto básico, Bébeme que después me comeras, Tócame la uvas… en fin que me perdonen otras muchas que me olvido de citar…

RECUERDOS DE JUVENTUD

     Queridos paisanos, es para mi un placer y desde luego una grata satisfacción poder expresar ante vosotros y especialmente en la tierra que me vio nacer, los sentimientos, las sensaciones y, porqué no decirlo, las inquietudes también de quien como otros muchos jóvenes de la época abandonó hace justamente 30 años estos recios aunque entrañables parajes, manchegos y castellanos, en busca de lo que nuestros progenitores llamaban entonces futuro.

     Confieso que con 18 años apenas recién cumplidos, con la ilusión y el temor también de quien antaño se enfrentaba por primera vez a lo desconocido, allende la Aguzadera, aquel joven de pantalones cortos no llevaba en la maleta otro bagaje que la educación y el afán de aprender inculcado por mis padres y, como no, los conocimientos retenidos de la escuela de los cagones, esto es, el colegio de doña Nati, la escuela de doña Pepita y doña Juanita y el más moderno Instituto Bernardo de Balbuena.

     Me vais a perdonar, me van a perdonar si mis palabras de hoy no se pliegan a la estricta ortodoxia de un pregón al uso y antepongo loas, alabanzas y hasta las grandezas de nuestra querida tierra manchega, la visión y las evocaciones críticas de un valdepeñero que une a su condición de periodista la deformación profesional de revisar la realidad de cada día.

     Ya sé que el noble oficio que desempeñamos –y digo bien, oficio y no profesión, pese al empeño de los modernos exégetas–, no goza de simpatías universales, buena prueba es que junto a los políticos, juristas y otros sectores más vituperados, figuramos en los últimos lugares del escalafón de popularidad. Pese a ello, a uno le consuela la condición de fedatarios sociales que con mayor o menor acierto, con diferentes sesgos, eso sí, pero con general honestidad frente a excepciones, cualquier profesional que se precie continúa plasmando las miserias y grandezas, la belleza y el horror que acontece en los cuatro puntos cardinales del planeta. Ahí están para corroborarlo las hemerotecas a las que inexorablemente han de recurrir historiadores y otros intérpretes de la realidad andando el tiempo.

     

     Como decía, mis recuerdos nítidos de antaño no son los de un valdepeñero correteando por un patio de naranjos…, sino lo de un chaval rodeado de celindas y petunias, hortensias y geranios primorosamente acicalados por la mujer de la casa. Una de sus muchas ocupaciones, junto a otras tareas domésticas, era precisamente la de ornamentar y mantener intacto el entorno monótonamente enjalbegado. Recuerdo cada “desconchón” –hermosa palabra junto a la de “enjalbegar”, sólo genuinas de La Mancha– cada desconchón repito de las cuatro paredes enjalbegadas en las que jugaba de pequeño a la pelota.

     Blancos eran los rincones de aquella casa, blanca la escayola con la que descubrí las primeras formas que mi padre me enseñó, blanca la aridez de los “cercaos” que, a pie o en bicicleta, gustaba recorrer a diario enumerando la variedad de bodegas levantadas.

     Aquella vida plácida en la calle, los juegos, los paseos bajo ese sol abrasador que sólo en Valdepeñas –creía yo en mi niñez– era capaz de paralizar la vida veraniega, entre el mediodía y el anochecer, con ventanas y persianas clausuradas a cal y canto, forman parte y bortan a menudo en mi subconsciente más cercano.

     Como también brotan las notas musicales del piano que irrumpían a la hora de la siesta. No es que nuestra familia fuese especialmente melómana, pero los valses, las danzas y los minuetos ensayados por aquellos vecinos tan bulliciosos como agradables –los Rodero– sirvieron para sensibilizarme por primera vez en este arte.

     Hablando de vecinos, cómo olvidar la proximidad, la compañía de los Ibáñez, de los Martínez de Carnero o de los López Tello, en cuya casa y fábrica a la vez, por cierto, se elaboraban las mejores gaseosas y sifones de la región y con los que –dicho sea de paso– aproveché más de una vez para regar las hormigas y cuantos insectos encontraba en el camino hasta mi casa.

     Cómo no recordar la bulla de ese cine veraniego bautizado con el apellido de Príncipe de los Ingenios, –el Cervantes– en el que la película era casi una excusa para echar los primeros cigarrillos, o para solazarse con la pandilla, bajo un cielo estrellado, en espera a que los operarios de turno arreglasen el enésimo corte del proyector.

     Allí, entre aquellas sillas al raso bullanguero conocí a otros compañeros y amigos que andando el tiempo tuvieron que abandonar Valdepeñas igualmente. Los Velasco, los Menchén y Egido, correligionarios de estudios, viajes y jaranas, los Manzano o Calatayud, los Hurtado de Mendoza y Mayorga, los Moya, Hidalgo, García Benedí, este último, ejemplo de arte y sensibilidad… En fin, tantos y tantos otros compañeros de fatigas e ilusión.

VALDEPEÑAS EN CINEMASCOPE

     Queridas autoridades, querido alcalde, aparcaré los sentimientos y emociones no vaya a aburriros en este magnífico escenario.

     Decía el irreductible Vaclav Havel, ese ejemplo de intelectual que andando el tiempo ha llegado a la más alta magistratura de su país, la República Checa, que todo es cuestión de maneras: de saber cuánto tiempo hay que hablar, cúando empezar y terminar, cómo expresar con delicadeza lo que a los demás no les gusta oir, o simplemente de saber discernir lo importante de las cosas que en realidad no le interesan a nadie. Pues bién, intentaré adaptarme a sus consejos.

     Queridos paisanos, asegura Ángela Madrid en sus certeros apuntes y en su magnífica investigación sobre nuestra tierra que Valdepeñas es un pueblo en cinemascope. Yo precisaría un poco más, o mejor aún, actualizaría el término cinematográfico, añadiendo que Valdepeñas es una ciudad en color y con permanente pantalla panorámica. Valdepeñas es hoy un gran Imax donde nuestros paisajes, la luz, los horizontes, la bulla y la alegría, se siguen viendo permanentemente reflejados.

     Como buen pueblo mediterráneo, además de despreocupado y mercantil, sus moradores seguimos haciendo la vida en la calle. Es este un hábito que nos diferencia, por ejemplo, de los pueblos y los viajeros que nos visitaron a lo largo de la historia. No se olvide que nuestra tierra es encrucijada de paso, en la que caminantes y peregrinos, turistas o inmigrantes han recalado, cuando menos, con la excusa de refrescar sus gargantas.

     Lo recuerda bien en sus escritos ese liberal e ilustrado del siglo XIX que fue José Blanco White, quien en sus frecuentes periplos por el Camino Real, (hoy autovía de Andalucía) no faltaba a su cita con las tinajas valdepeñeras, para resarcirse de las tortuosas caravanas que andando en 1830 tardaban diez o doce jornadas en recorrer el trayecto Sevilla-Madrid.

     También los Larra, Dumas, Doré, Mesonero Romanos, Buñuel o Whasington Irving dejaron igual constancia de la bondad de nuestros caldos.

     Pero a las puertas del siglo XXI, en plena globalización, Valdepeñas ya no puede ser sólo sinónimo de viñas y majuelos. Debe serlo de modernidad e industrialización.

     Por fortuna, esta senda la han abierto ya algunas de las más de 1.500 empresas instaladas en nuestro entorno, a las que han seguido otras poniendo picas, no precisamente en Flandes, sino allende nuestras fronteras…, como Gruart y su industria del corcho, o Mostos Internacionales y Calatayud presentes en casi todos los mercados, o Félix Solís, con su moderna y ya tópica factoría de Shangai, esa que al menos en la imaginación casi todos hemos visitado, o Frimancha que sigue extendiendo sus tentáculos con nuevas naves, o Tecnobit, otra firma casi desconocida para muchos, pero que permite ofrecer tecnología avanzada a los modernos aviones que surcan el espacio.

     Pues bien, estoy seguro de que en esta tarea tan apasionante de darnos a conocer, ante esta segunda y gigantesca era de la industrialización o de la tecnificación más bien, de vivir aquel ilustrado del 98 que fue Unamuno, sin duda hubiera revisado sus postulados. Ya sabéis que don Miguel, poco amigo de “europeizar” a sus compatriotas, aspiraba más bien a que los europeos se hispanizasen.

     Por una vez y sin que sirva de precedente, desoir, desoid el aserto del escritor. No podría ser de otra forma en este año ya tópico aunque histórico de nuestra civilización, este 2000, precursor de los viajes al espacio, en el que las fronteras entre lo singular y lo universal, lo local y lo transnacional han comenzado a hacerse añicos.

     Como solo los soñadores ignoran ya que los ordenadores, la nueva telefonía o los modernos sistemas de comunicación como Internet están cambiando radicalmente nuestras vidas, os propongo queridos paisanos, subirnos cuanto antes al carro de las modernidad.

     Si se me permite la alegoría, enseñemos a nuestros hijos aquellos carromatos con sus bocoyes y pellejos que sirvieron a principios de siglo para abrir nuevos mercados, pero abramos también las fronteras a lo que pueda venir para engrandecer esta ciudad.

RECONOCIMIENTO

     Queridos amigos.

     Como se ve, todavía queda mucho camino por recorrer, pero por fortuna, Valdepeñas ya no sólo es vino y tradición. Sus prohombres ya no proceden únicamente del universo político, eclesiástico, cultural o literario.

     Perdonadme si a la ortodoxa relación de apellidos ilustres de nuestra ciudad, los Bernardo de Balbuena, Hurtado de Mendoza, Alcaide, Luzuriaga, Gregorio Prieto o Francisco Nieva… añado esta noche los de otros personajes más anónimos aunque no por ello menos protagonistas y merecedores del reconocimiento local.

     Quién no recuerda a ese prodigio de sensibilidad hecha arte, Casildo el pintor o a deportistas como Minuto y Soriano, o a Toribio el panadero que todavía se encuentra entre nosotros, a Antonio el botero, a taberneros como Lucas, el Cojo o Sebastián que consiguieron alegrar el espíritu y saciar la sed de, por lo menos, tres generaciones. En fin, como olvidar a tenderos como el Tarta, a maestros en el arte de torear como Molinilla, a Jesús Caro el droguero,  a ese otro prodigio de armonía que es Antonio Ibáñez –la perseverancia hecha banda musical–, a impresores como Wladimiro Campos o a estanqueras como doña Laura. Tampoco esta noche quisiera olvidar a muchos desamparados, desheredados simbólicos de nuestro entorno… que también forman parte del recuerdo popular: os acordáis de Gorio, de El Chupillo, o de Carmen y Lucio con sus carritos de cartones.

     En fin, sería una temeridad, además de otra injusticia por mi parte, silenciar esta noche a quienes dentro de nuestra generación ayudaron con su experiencia y dedicación, bien a prepararse en el camino de la vida, o en el terreno profesional, de manera desinteresada. Me detendré solo en dos nombres so pena de olvidar a otros muchos personajes generosos y ejemplares.

     Me refiero a Eugenio Palencia y a Matías Sánchez Carrasco, adelantados ambos de los actuales modelos de solidaridad.

     El primero, el incansable Palencia abrió con su esfuerzo personal los horizontes y las fronteras de mocosos doceañeros que, como yo, pudieron enriquecerse humana y culturalmente allende nuestras fronteras, durante toda una generación.

     El segundo, el bondadoso Sánchez-Carrasco, constituyó una especie de fabricante de ilusiones gracias a esa institución que fue Radio Juventud y que en Valdepeñas tuvo su máxima expresión, social y cultural.

     A los dos, mi reconocimiento y mi homenaje por su trabajo y sensibilidad.

BÉLGICA EN EL CORAZÓN

     Señor Embajador, Valdepeñas honra este año a su país.

     Sabéis que este es un pueblo de tradición y de contrastes, no solo por el clima extremo que provoca frecuentes cambios de carácter,sino también, como decía, por algunos de nuestros hábitos que generan, cuando menos, curiosidad allende las fronteras.

     Cómo explicar sino, que junto a otros lugares cercanos, en nuestro pueblo toquemos a un bar o a una taberna por cada 130 ciudadanos, a un coche y un teléfono por cada dos, exepción hecha de los modernos aparatos, a una biblioteca para cada 5.000,o que entre nosotros atendamos por curiosos motes o apelativos familiares –hasta 200 ha llegado a contar la sociología local– que han devenido ya en costumbre popular.

     Ilustre canciller, habreis constatado la diferencia y el contraste con la tierra que venís a representar. A pesar de las distancias,Bélgica y España, tiene un mismo nexo y un horizonte común: el amor y el interés por esa realidad llamada Europa. Cuando dentro de apenas quinientos días todos dispongamos de la misma moneda, estoy seguro de que ello nos acercará y nos ayudará a familiarizarnos aún mas con TINTÍN, con BEJART, con PAUL HENRY SPAAK o JOS VAN DAM, no el actor, sino el ilustre barítono de fama universal.

     Ya hace tiempo que estas tierras hermanas aprendimos a emocionarnos con BRUEGHEL,con RÚBENS o MAGRITTE, con FROISSART,con MAETERLINK o SIMENON sin embargo en el futuro aprenderemos a valorar, algo mas, ese país de geografías dispares, de llanuras fluviales de colinas montañosas, de culturas siempre contrapuestas, como la flamenca o la valona, de las dos religiones y tres lenguas el francés, flamenco y alemán, además de esa isla  bautizada como centro burocrático de la comunidad, y que no es otro que el corazón y el motor de Europa: Bruselas.

     Por cierto, una curiosidad a retener de su maravillosa nación y que va mas allá del tópico del paraíso del chocolate o la cerveza, es que sus conciudadanos son los más sanos del continente o, cuando menos, los que menos se quejan por enfermedad. Enhorabuena por esos datos del último barómetro Eurostar.

PRECURSORES DE LA COMUNICACIÓN

     Amigos , paisanos, no haría honor –y con esto concluyo ya, no temais–, no haría justicia, insisto, a mi trayectoria de profesional de la informacion si no rindo público homenaje también a todos mis predecesores, que con mayor o menor fortuna, en la gloria o en la más estricta intimidad, dedicaron su vida desde hace más de un siglo a glosar el devenir de esta ciudad.

     Como los tiempos adelantan que es una barbaridad, puede que hoy, entre nosotros, nadie se extrañe de tener nada más y nada menos que una televisión local, esa que tan artesanalmente dirige mi amigo Marino, o que todos consideremos normal leer en tres periódicos la vida valdepeñera o conocer a los protagonistas de nuestra pequeña historia a través de la emisoras de radio ubicadas aquí. Pero hasta llegar a hoy, no pocos hombres y mujeres desinteresados hubieron de trabajar como pioneros para legarnos esta memoria con periódicos tan dispares como curiosos.

     Citaré solo unos cuantos para no abrumar, pero que conste que desde el siglo pasado, Valdepeñas ha generado más de cien publicaciones entre diarios, gacetas, semanarios y hojas volanderas. Algunas tan llamativas como El Crisol, Fin de Siglo, El Apostolado Manchego, el Inesperado, La Hormiga, o La Voz de Valdepeñas…

     Gracias a este último, que dirigió el eminente Eusebio Vasco, podemos saber, por ejemplo, que las fuentes de esta Villa tan necesarias entonces estaban hace cien años de mal en peor. Así lo dice una reseña fechada en 1890, cuando hubieron de cerrarse todos los caños de la ciudad, menos el del Convento, lo que le valió un rapapolvo al entoncés edil municipal.

     Para constatar que no todo fueron reproches en este que hacer, a veces malvado, reproduzco el consejo que hacía, al también señor Alcalde, quince años después, en 1905, otro diario autotitulado satírico republicano –La Chispa–. Todo en aras a “ganar –cito textualmente– las simpatías populares y el bien de la ciudad”. ¿Cómo?, –se preguntaba el gacetillero Ángel Grande–. Pues trayendo el agua potable a Valdepeñas, levantando un mercado municipal o construyendo un paseo que evite polvo y barrizal dependiendo de la estación del año.

     Querido Alcalde, estimadas autoridades, hoy ese mantenedor no se resiste a seguir la tradición de tan sensatos antepasados, aunque eso sí, sin la osadía de exigiros actuaciones faraónicas. Mi sugerencia más modesta, ya que hoy disponemos de agua corriente, es que inundéis de fuentes todos los rincones de esta maravillosa ciudad. Me refiero a esas fuentes ornamentales que alegran el espíritu y refrescan el ambiente, ello además de suplantar aquellos árboles marchitos o arrancados que conformaban los desaparecidos bulevares, para que por lo menos nos cobijen en días tan calurosos como el de hoy.

     ¡VALDEPEÑEROS!, ¡PAISANOS!, parafraseando a Calixto y Melibea, vivir y disfrutad, que la vida, como la fiesta, son cortas y pronto se pasan.

     Muchas gracias.

LUIS CARLOS RAMÍREZ RUIZ

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