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Fiestas del Vino 2001. 48 Fiestas del Vino año 2001

Pregón realizado por Juan Sánchez Moreno coincidiendo con las Fiestas del Vino 2001

Es para mi un reto y un honor cumplir el encargo del Excmo. Ayuntamiento de Valdepeñas de Pregonar las Fiestas del Vino del año 2001. Un reto, por lo alto que pusieron el listón los ilustres pregoneros que me precedieron. Un honor, porque para un Valdepeñero que ejerce de tal, y ha dedicado toda su vida profesional al mundo del vino, no cabe mayor satisfacción que la de pregonar estas Fiestas.

     Este Pregón, parte de la liturgia de estas fiestas que Valdepeñas celebra año tras año, quiere ser un homenaje a los hombres y mujeres de esta tierra.

     Los pueblos agrícolas han celebrado desde tiempo inmemorial, con gozo y alegría, la recogida de las cosechas, siquiera sea como compensación moral a los trabajos y desvelos que desde el alba hasta el ocaso, le han dedicado al ininterrumpido rito de plantar, cultivar la tierra y recoger sus frutos.

     El alma de los pueblos está formada, como diría don Miguel de Unamuno, por su intrahistoria, y Valdepeñas es un buen ejemplo de ello. Al día de hoy, al igual que otras ciudades del mundo, Valdepeñas funde su nombre con el del producto que le ha hecho universal, el vino.

     Un bien cultural que hemos heredado de nuestros antepasados. Néctar de dioses antiguos para gozo y disfrute de los mortales.

     Valdepeñas desde sus más remotos orígenes ha sido una ciudad singular. Enclavada en el sur de la meseta castellana, ha sido una tierra que ha hecho de la necesidad virtud, desposeída de recursos y ornamentos por parte de la madre naturaleza, sus interminables llanuras se funden en un abrazo permanente con el sol posesivo que la ilumina.

     El hombre de estos lares, se encontró con una tierra pobre y un clima adverso, y no pudiendo vencer a los elementos, estableció con ellos un pacto de convivencia que, en ocasiones, se trocó en mera subsistencia, cuajando finalmente en un modelo de agricultura extensiva de bajas producciones aunque de buena calidad.

     

     Estas duras condiciones de vida forjaron en los valdepeñeros un carácter austero y tenaz al que le acompaña un espíritu abierto y emprendedor.

     Valdepeñas, a caballo entre los Campos de las históricas Órdenes Militares de Santiago y Calatrava, cruzada de norte a sur y de este a oeste por caminos reales, veredas y cañadas de la Mesta, fue siempre una ciudad abierta, nunca le puso puertas al campo y sus murallas fueron los interminables horizontes de las llanuras que la rodean.

     Los orígenes, de lo que posteriormente sería Valdepeñas, se remontan a la época Prerromana, siglos VIII al VI antes de Cristo, tal como atestiguan los múltiples hallazgos que hoy están saliendo a la luz en el yacimiento arqueológico del Cerro de las Cabezas, lugar donde el historiador romano Tito Livio sitúa una colonia llamada Luparia. En el siglo XIII, una vez finalizada la Reconquista de las tierras de Castilla, se inicia la repoblación de esta comarca con gentes procedentes de diversos lugares de la geografía hispana, y el agrupamiento en un solo término de pequeños poblados diseminados por la zona y cuyos nombres encontramos hoy en los parajes que estuvieron ubicados: Santa María de las Flores, Miróbriga, Castilnuevo, Corral Rubio, Aberturas y Valpeñoso.

     Este carácter integrador que dio lugar al nacimiento de la Villa, lo ha mantenido Valdepeñas hasta nuestros días, ejerciendo una positiva atracción sobre los pueblos vecinos, pueblos hermanos que entre nosotros nunca se sintieron forasteros.

     Las poderosas Órdenes de Santiago, al este de la Ciudad, y Calatrava, al oeste, dueñas por derecho de conquista y donaciones reales de grandes extensiones de terreno que tenían que repoblar, establecieron importantes exenciones de tributos y otros beneficios, entre ellos el derecho de ciudadanía, a todo aquel que fuese capaz de cultivar las tierras que hasta entonces habían permanecido yermas.

     Al principio, las actividades agrícolas que más pronto se abrieron camino fueron el pastoreo y el cultivo del olivo y el cereal, dentro de un esquema de agricultura familiar, con un fuerte componente patriarcal y orientada especialmente hacia el autoconsumo.

     Superada esta etapa inicial de agricultura primaria, se apostó por un incremento de las producciones y una organización social más abierta, que contemplaba la transformación de los productos, lo que dio lugar a la aparición de rudimentarias industrias artesanales y un incipiente comercio. Aprovechando la lana del ganado se montan talleres o batanes donde se tejen mantas y toscas prendas de abrigo; igual ocurre con la transformación de trigo en harina, se construyen molinos de agua y de viento a lo largo y ancho del término, de los que aún quedan sus restos: Molino del Mono, del Cubo, del Palomar en las orillas del río Jabalón, y los de viento del Cerro de San Blas.

     Pero el agricultor, observador por naturaleza, pronto se dio cuenta de que para lo que mejor dotada estaba la zona, por sus características de suelo y clima, era para el cultivo de la vid, apostando decididamente por ello.

     La vid, planta colonizadora por excelencia, por cuanto fija a su alrededor la población por los muchos trabajos culturales que requiere a lo largo de sus 40 o 50 años de vida, se convirtió en poco tiempo en el principal elemento del desarrollo de Valdepeñas y su comarca. Cultivo que, de abril a septiembre, transforma el pardo y reseco paisaje de estas llanuras en verde manto, casi lujurioso de pámpanos y frutos.

     El buen comportamiento de este cultivo y la excelente calidad de sus cosechas hicieron ver a los lugareños de espíritu emprendedor, las muchas posibilidades que ofrecía la comercialización vinícola. Una nueva actividad que venía a aportar riqueza y valor añadido a la principal producción de la zona.

     Se construyeron bodegas y lagares a los que se les fueron incorporando las técnicas de elaboración de la época. Se excavaron profundas cuevas perforando la roca caliza del subsuelo, donde almacenar y criar los vinos al abrigo de los tórridos veranos de estas latitudes.

     El afán de mejora de aquellos primeros vinateros, hizo que en muy poco tiempo adquiriesen auténtica maestría y oficio en el difícil arte de elaborar buenos vinos. Pero lo más importante estaba por hacer: abrir mercados y comercializar el producto. Y a ello se pusieron.

     De los siglos XVII al XIX, época de máximo apogeo del comercio vinícola valdepeñero, se abrieron y consolidaron los mercados de Madrid, Andalucía, Levante y finalmente los de Ultramar: Cuba, Méjico, Venezuela, Puerto Rico, Filipinas, creándose al mismo tiempo una importante actividad artesanal que se agrupó en distintos gremios: tinajeros, boteros, toneleros, carreteros, medidores, tratantes,… dando lugar a la aparición de una amplia clase media que, junto a la burguesía vinatera, fueron durante mucho tiempo el motor de la economía de Valdepeñas y su comarca.

     Pero el vino, como decíamos al principio, es ante todo un bien cultural, consustancial con la forma de vivir y de pensar de los pueblos mediterráneos, que trasciende más allá de su importancia económica y social, y participa del arte y la cultura de éstos.

     Pocos elementos han ejercido tanta atracción sobre los artistas y poetas de todos los tiempos, y servido de inspiración para la realización de sus obras.

     5.000 años antes de Cristo, ya encontramos en aquellas viejas culturas, grabados alusivos a la vid y al vino en las tablas de arcilla cuneiformes de Babilonia y en los papiros del Antiguo Egipto.

     Los historiadores griegos, primero Hesiodo, Homero, Plutarco, y posteriormente los romanos, Marcial, Columela, Balbo o Séneca, recogen en sus escritos la importancia que el vino tiene en la sociedad de aquel tiempo, y cómo en torno a él se discute sobre lo divino y lo humano.

     Igualmente la Biblia, tanto en los libros del Antiguo como en los del Nuevo Testamento, menciona y utiliza el simbolismo de la vid y el vino más de 600 veces.

     En la antigua Grecia, las tertulias o sobremesas después de las comidas tuvieron un gran prestigio social, llegándose a construir un protocolo de las maneras de mezclar, servir y beber el vino. Después de los postres se procedía a la primera libación en honor de Dionisios, las anteriores se hacían a título privado con las que se anunciaba el comienzo del simposio o tertulia vínica. A partir de ahí, los brindis y dedicatorias eran libres. Había música, diversos juegos, solían coronarse con guirnaldas y hacer gala de su agudeza de ingenio.

     Existia un copero o mestresala, figura que ya encontramos también en Egipto y posteriormente en Roma, entendido en vinos y encargado de escogerlos y servirlos. Antecesor, seguramente de los actuales sumilleres o jefes de bodega de los grandes restaurantes.

     Decíamos que el vino ha sido y sigue siendo fuente inagotable de inspiración para artistas y poetas. Nuestra gran pinacoteca nacional, el Museo del Prado, es un buen ejemplo de ello, donde los grandes maestros tratan el tema.

     De Zurbarán tenemos “Bodegón Cambo” y “La Cabeza de Baco”, de Ribera y Velázquez “Los Borrachos”, de Goya “La Vendimia”, “El Bebedor de la Bota”, del Bosco “El Jardín de las Delicias” y “Las Tabernas y Fiestas”, de Tiziano “Las Bacanales”, por enumerar sólo los más importantes.

     Igual ocurre con escritores y poetas. De nuestro Siglo de Oro hasta nuestros días, podemos recoger infinidad de elogios y evocaciones literarias de las más relevantes figuras de las letras: Cervantes, Lope de Vega, Baltasar Gracián, Jorge Manrique, Mateo Alemán, Arcipreste de Hita, Quevedo, y como no, nuestro Bernardo de Balbuena; pasando por los viajeros románticos que visitan España durante el Siglo XIX: El Barón Daviller, Alejandro Dumas, Richard Ford, entre otros; que citan expresamente “el clarete o aloque de Valdepeñas”. Como podemos ver la lista sería interminable, pero no se trata de eso, sino de resaltar, como decíamos al principio, la enorme influencia que la vid y el vino ejercen sobre la cultura.

     Valdepeñas tampoco ha sido una excepción, el vino ha producido en estos lares una abundante cosecha de artistas y movimientos culturales. Poetas como Juan Alcaide, Cecilio Muñoz Fillol, y el pintor Gregorio Prieto, ya desaparecidos; Sagrario Torres, Emilio Ruiz Parra, Francisco Nieva, Francisco Creis, López de Lerma, Joaquín Brotóns, Guardia Polaino, felizmente entre nosotros; y Asociaciones Culturales como El Trascacho, El Grupo A-7, Jóvenes Amigos del Vino, Mayorales del Vino, todos ellos mantienen vivo un clima cultural que trasciende al localismo participa de lo universal.

     Valdepeñas fue siempre una ciudad culturalmente inquieta, entre 1885 y 1936, se publicaron 62 periódicos diferentes: “Fin de Siglo”, “Valdepeñas Industrial”, “El Crisol”, “La Región”, “El Eco”, amén de la existencia de varios casinos donde la tertulia y el debate de los asuntos de actualidad era permanente. Esa rica vida cultural ha llegado hasta hoy, pudiendo ofrecerle al visitante una amplia oferta de conferencias, exposiciones, amén de un racimo de museos al cual más interesante.

     Desde la Exposición Nacional de Artes Plásticas, con origen en 1940, que empezó exponiendo obras de pintores valdepeñeros: Hurtado de Mendoza, Eduardo Núñez, Manuel Delicado, Gregorio Prieto, Francisco Nieva, hasta convertirse en la segunda Exposición Nacional, por la que han pasado y obtenido premios figuras tan relevantes de la pintura como: López-Villaseñor, Gloria Merino, Agustín Úbeda, Antonio Guijarro, Pancho Cossío, Redondela, Juan Barjola,… de los que podemos contemplar algunas de sus obras en el Museo Municipal. Pasando por el enorme legado de Gregorio Prieto en la Fundación, junto a recuerdos y remembranzas de la Generación del 27. El Museo de los Molinos, seguramente único en el mundo, y finalmente el Museo del Vino recientemente inaugurado, todos ellos verdaderos templos del arte y de la historia para gozo y solaz del espíritu.

     Hablábamos al principio del espíritu abierto e integrador de la Villa de Valdepeñas desde sus más remotos orígenes, espíritu que ha mantenido vivo hasta nuestros días, muy especialmente con los pueblos que fraternalmente la circundan, a los que hoy quiero rendirles también un merecido homenaje.

     Pueblos cada uno con su idiosincrasia que, al igual que Valdepeñas, han volcado su ilusión y esfuerzo en el cultivo de la vid, formando junto con nosotros el actual territorio de la Denominación de Origen Valdepeñas: Santa Cruz de Mudela, Moral de Calatrava, Alcubillas, San Carlos del Valle, Torrenueva, Montiel. Compañeros de viaje en el devenir del tiempo que hoy nos siguen acompañando en el camino hacia la modernidad emprendido por los viticultores y bodegueros de esta Denominación de Origen.

     Prometedor proyecto que ya está dando sus frutos con una “Nueva Generación” de vinos: jóvenes, varietales, crianzas y reservas, que compatibilizan su existencia con los clásicos y tradicionales “tintos claretes o aloques” de siempre.

     Unos vinos más complejos, con más pretensiones, que sin renunciar al origen y personalidad de la zona, están dando respuesta a los exigentes mercados actuales. Grandes vinos que auguran para Valdepeñas y su comarca un nuevo renacimiento vitivinícola, equiparable al que vivió en épocas pretéritas.

     Finalmente, brindar con todos, valdepeñeros y visitantes, porque este producto natural, el vino, que ha acompañado al hombre durante milenios en sus actos lúdicos y sociales, no sea desplazado por bebidas foráneas o bárbaras, como dirían los romanos, y siga inundando nuestro paladar, anegando con sus efluvios nuestros sentidos, llevando a nuestros corazones ese soplo de alegría y optimismo que, como seña de identidad, caracteriza a los pueblos latinos, que viven tanto de sueños como de realidades.

     Muchas gracias y Felices Fiestas del Vino.

Juan Sánchez-Moreno

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