Pregón realizado por Antonio Garmendia coincidiendo con las Fiestas del Vino 2002
Hará ahora siete meses,
si no me fallan las cuentas,
en el programa de radio
que hago con Carlos Herrera,
y del que todas las tardes
pendiente está España entera,
no porque esté yo delante,
sino porque es cosa cierta,
di un dato valdepeñero
que causó cierta sorpresa:
A lo largo de mi vida,
y ya voy por los setenta,
¿saben queridos amigos,
en número de botellas,
cuantas lleva consumidas
aquí Antoñito Garmendia?
Me refiero, por supuesto,
al tinto de Valdepeñas,
que puede ser Señorío,
o puede ser Pata Negra,
o cualquiera de las marcas
que den prestigio a esta tierra,
bien joven de primer año,
bien crianza, bien reserva.
Yo se lo voy a decir,
la hermosa gente esté atenta,
y les ruego que no piensen
que el pregonero exagera:
Cincuenta mil, más o menos,
cincuenta mil, vaya tela,
cincuenta mil, que es lo mismo
que el vino de una cosecha,
que son cincuenta millares,
que son mil veces cincuenta.
Y a mí no me duela nada,
aquí estoy, y lo que me queda.
Y alguien se preguntará:
¿por qué fórmula se llega
al resultado final
del vinatero teorema?
La contestación es simple,
no existe ningún problema:
Basta con multiplicar,
multiplicar, por las buenas,
las botellitas de tinto
justamente dos y media,
que se bebe al día el niño,
cualquier día, un día cualquiera,
por el número de días
que el niño vividos lleva,
desde que a los quince añitos,
se prendó de Valdepeñas.
Esas botellas, al año,
suman unas novecientas;
que a su vez multiplicadas
por los años que la prenda
que soy yo, lleva libando
con una alegría inmensa,
dan por feliz resultado
las cincuenta mil botellas,
que es una cifra enológica
dictada por la aritmética.
Recuerdo perfectamente
que allá en los años cuarenta,
cuando yo era un chavalillo
sin la menor experiencia,
en mi casa se bebía
solamente Valdepeñas,
un gran tinto de Morales,
que era una antigua bodega
que es hoy Museo del Vino,
una maravilla auténtica,
como el Coloso de Rodas
o el Templo de Diana fueran.
Y yo le cogí el gustito
a ese estimulante néctar,
y aquí estoy, en este pueblo
que es de mi vida la cepa,
el que alegra mi garganta,
el que mi humor alimenta.
El humor, junto al amor
que a mí me inspira esta tierra,
porque aquí no hay buena gente,
lo que hay es gente buena,
que entre una cosa y la otra
existe gran diferencia.
Porque a las buenas personas
yo las miro con cautela,
las personas buenas son
las que yo quiero a mi vera,
y aquí las tengo a racimos,
y es que estoy en Valdepeñas.
Y me apresuro a aclarar
que esta no es la vez primera
que en este rincón manchego
hago acto de presencia.
La última vez que estuve,
y más de uno lo recuerda,
en público prometí
para prontito mi vuelta.
Y aquí estoy, valdepeñeros,
fiel a mi fácil promesa,
hoy que mi pueblo adoptivo
es un paraíso en fiestas.
Y a vosotros, mis amigos,
os pido ahora licencia
para comentar un hecho
que tiene la sal a espuertas.
Y me refiero a los motes
llenos de guasa manchega,
un compendio de gracejos,
un prodigio de sapiencia,
que de antiguo en este pueblo
se transmiten por herencia.
Y es lo admirable del caso
que aquí nadie se cabrea
cuando se nombra un apodo
que incumbe a su parentela.
Por el contrario, lo asume,
sonrientemente lo acepta,
que el reírse de uno mismo
es señal de inteligencia.
Manuel Barchino Maroto,
natural de Valdepeñas,
se ha llevado mucho tiempo
investigando a conciencia,
hasta reunir mil motes,
que es un millar de etiquetas
que lucen valdepeñeros
desde muy lejanas épocas.
Como asesor impagable
del alarde de paciencia,
Vicente García Rojo,
Al que apodan el Mangueta,
el que más sabe de motes
de toda La Mancha entera.
Y yo voy a permitirme
citar un par de docenas,
entre ese millar de motes
que el compendiador compendia.
Y nada me extrañaría
que entre esta entrañable audiencia
hubiera alguna persona
que aludida se sintiera.
Si la hay, estoy seguro,
encima se cachondea.
Y allá va esa retahíla,
dicha con gran reverencia:
Cagarruta, Asusta trenes.
El Alcayato, el Almeja,
Culo sucio, Cuernos de Oro,
El Empalmao, Berenjena.
A caras muy singulares
hacen cuatro referencia:
Cara gato, Cara antigua.
Cara culo, y Cara teta.
Chocho palo, Dios durmiendo,
Mal casao, Pepe miserias.
Machaca sastres, Mal huele,
Vela torcía, el Peseta,
Tres huevos, Pisa bonito,
Pichalarga y el Talega.
Y un etcétera larguísimo,
un conmovedor etcétera,
donde un lamentable olvido,
que eso lo tiene cualquiera,
ha olvidado incluir un mote
que con orgullo lo ostenta
alguien mitad andaluz
y mitad de Valdepeñas.
El mote viene de antiguo,
ese mote es Barbafea,
y es su titular legítimo
aquí Antoñito Garmendia,
el Tonto de los Pregones,
que es otro mote que lleva.
El que llegado este instante,
al pregón le da la vuelta,
para en otros asuntillos,
para en otras cosas serias,
–que en este mi pueblo amado
lo que sobra son los temas–,
poner, con hondo cariño
toditas sus complacencias.
La de la Consolación,
la Virgen que nos consuela,
de Valdepeñas Señora,
la que es su Patrona excelsa,
la que endulza sus viñedos
cuando el año septembrea,
esta noche septembrina
endulzar mi verbo quiera.
A ti, Madre me encomiendo,
que tu mirada materna
ilumine mi discurso,
que sigue de esta manera:
No sin lanzar por delante
unos versillos de urgencia,
para dejar testimonio
de mi mayor complacencia
a la radiante hermosura
de las Damas y su Reina,
y a la dulce Marta Robles,
de Onda Cero compañera,
que es como el Avemaría,
porque está de gracia llena.
Y a los nobles canadienses
que en delegación fraterna,
vendimiando simpatías,
han venido a nuestra tierra,
que este osado sevillano
se atreve a decirle nuestra.
Ciento treinta y dos tinajas,
oronda guardia alfarera,
me han presentado su arcilla
a mi entrada en Valdepeñas.
Ciento treinta y dos tinajas
escoltan la carretera,
desde donde se divisa,
guapa, orgullosa y esbelta,
la Torre de la Asunción,
siempre en vertical espera.
Y allí me estaba esperando,
femenina y pizpireta.
Allí me estaba esperando,
y me recibió la prenda
con un guiño de ventana,
porque la torre es coqueta,
y hasta dibujó en el aire
un contoneo de piedra.
La Iglesia de la Asunción,
–ocho siglos la contemplan–
es de la Plaza de España
antesala y centinela.
De esta plaza en donde estamos
con dulces ganas de fiesta,
que son fiestas bacanales,
pues por Baco se celebran,
que el vino es su fundamento,
su porqué y su quintaesencia.
Ese vino cuyo aroma
que quita todas las penas,
ya impregnaba, antes de Cristo,
el Cerro de las Cabezas.
Plaza de España en La Mancha,
la de la España manchega,
añiles es sus fachadas,
púrpuras en sus vivencias,
verdes en las esperanzas
de dulciverdes cosechas.
En torno a esta hermosa plaza,
las calles que la rodean,
que son calles confidentes,
calles para hablar con ellas,
son calles para perderse
en sus bares y tabernas.
¡Qué felicidad tan grande
el que os habla experimenta,
cuando dentro de una tasca
respira, mira, y tasquea!
Tasquear como Dios manda
es la dicha más inmensa
que puede encontrarse un hombre
para limpiar la conciencia.
Y no hace falta esforzarse,
se logra así, por las buenas.
En el edén tabernario
de mi amada Valdepeñas,
yo he llegado a entrar en éxtasis
como una Santa Teresa.
Ayer me pegué un garbeo,
un via crucis de urgencia,
por diversos tabernáculos
que están por aquí, muy cerca.
Citaré siete emblemáticos
como botones de muestra:
Café Local, el Penalty,
dos glorias valdepeñeras,
Sebastián, el Seis de Junio,
noble nombre y feliz fecha,
Melody’s, Mesón del Cojo,
esa entrañable Taberna
que al Buen Bebedor consagra
el título que ella ostenta,
y ese Mesón de la Viña,
donde Isidro se recrea.
Son cual siete catedrales,
mas grandes o más pequeñas
donde los fieles devotos
no beben, sino que rezan,
porque una forma de rezo
es beber en Valdepeñas.
Y lo bueno del trasiego
con sosiego y con cadencia,
es el acompañamiento
del tapeo, si se tercia.
Y en un pueblo en que la dicha
pese a ser dicha es completa,
el arte de la cocina
arrebata al que tapea.
Dejemos aparte el queso,
que aquí es culinario emblema,
manjar de dioses, prodigio,
milagro que obra la oveja,
manso animal que procura
alimento y vestimenta:
Lana para los frioleros
queso para los estetas.
Y a mí que soy un artista,
me gusta mucho la estética,
en su justo punto medio,
ni muy rancia, ni muy fresca.
Dejando aparte, repito,
tan famosa suculencia,
habrá que refocilarse
con seis guisos de bandera:
Ese pisto que en La Mancha
se hace de diez mil maneras,
y es siempre obra de arte
con todas sus consecuencias,
el tiznao, el asadillo,
las migas, la caldereta
y al asunto echando huevos,
los huevos a la porreta.
Y en llegando al tapiñeo,
quiero abundar en el tema,
un tema que bien conozco
por personal experiencia,
pues la tapa de cocina,
el tapeo de cazuela,
como todo el mundo sabe,
fue un invento de mi tierra.
La liturgia del tapeo
tiene sus sagradas reglas
y ese ritual gastrosanto
no lo domina cualquiera.
Estos son los fundamentos
de la liturgia tapera:
El tapeo es un paseo,
es una peripateia,
via crucis de estaciones
casi siempre suculentas.
Paladeo itinerante,
que es de barra y no de mesa.
El tapeador es errante,
es mudable cual veleta,
sediento, más no sedente,
tiene sed más no se sienta.
Es errátil mariposa,
es trasegante libélula,
que liba de flor en flor,
o de taberna en taberna.
El buen tapeador no come,
el buen tapeador tapea,
jamás confunde el tapeo
con el almuerzo o la cena.
El tapeador cual Dios manda
no devora a boca llena,
nunca jamás se atraganta,
simplemente picotea,
con un toque de elegancia
en sus estrictas maneras.
Después de elegir su tapa,
tranquilamente la espera,
sin un agobio, una prisa,
ni una palabra de urgencia.
Luego la prueba despacio,
luego despacio la prueba,
entre bocado y bocado
con cariño la contempla,
la pasea con la mano,
la acaricia con la lengua,
sin el mínimo aspaviento
la mima, la paladea,
le da un poquito de coba,
incluso habla con ella.
Y cuando queda un restillo,
pone fin a la faena,
que nunca el buen tapeador
se come una tapa entera.
El buen tapeador evita
esa costumbre tan fea
de aproximarse el platillo
a la boca insatisfecha,
y así beberse la salsa,
cual se bebe una cerveza.
Beber la salsa del plato
es una costumbre horrenda.
Para coger aceitunas
el buen tapeador no emplea
ni tenedor ni palillos,
que es lo que hacen los horteras,
y por supuesto, el meñique
no estira en postura erecta,
porque estirar el dedito
es cursilada tremenda.
El tapeador ortodoxo
jamás probó una hamburguesa,
el buen tapeador, que es sabio,
sabe con quien se la juega,
y bien sabe en qué santuario
sus reales aposenta.
La liturgia del tapeo,
¡qué cosa tan estupenda!
La gastrofilosofía
que hace amigos y alimenta,
tan solo tiene un momento
que normalmente molesta:
¡qué momento, qué momento,
el momento de la cuenta!
Mas no es ese este momento,
sí que lo es de confidencias,
cuando la sangre me hierve
y el corazón se me incendia,
para deciros, amigos,
hermanos de Valdepeñas,
que a mi estancia de dos días
en esta bendita tierra,
hablando por lo derecho
he de ponerle una pega:
muy cortita se ha quedado,
qué mala suerte, qué pena,
ese ha sido el gran defecto
de mi viaje de urgencia;
Si no es verdad lo que digo
que baje Dios y lo vea,
al cual pongo por testigo
de que si Él no lo remedia,
voy a llevarme aquí un tiempo
la próxima vez que venga,
a esta limpia tierra hermosa, fértil,
noble, limpia, molinera,
madre amorosa del vino,
niña siempre y siempre vieja,
a recorrer sus recodos,
a descubrir cosas nuevas,
a oler a viña madura
y a sabiduría tierna,
a asombrarme a sus museos,
a pensar en sus iglesias,
a compartir con sus gente,
la hermosa gente manchega,
el vino, el queso, la charla,
el recuerdo y las promesas.
Mientrastanto, hermanos míos,
que no decaiga la fiesta,
per semper, semper, leticia,
laus Deos, pacem in terra,
cum vinum Valdepeñorum,
Hosamna, amén, así sea.
Y este pregón terminando,
tan solo decir me resta
que a mi regreso a Sevilla,
parte de mí aquí se queda,
y no quiero que se borren
sobre este suelo mis huellas.
¡Qué a gustito, qué a gustito
se está siempre en Valdepeñas!
Antonio Garmendia