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Fiestas del Vino. 53 Fiestas del Vino año 2006

Pregón realizado por Charo López coincidiendo con las Fiestas del Vino 2006

Lugar:Plaza de España

CHARO LÓPEZ

Rosario López Piñuelas

Nació el 28 de octubre de 1943 en Salamanca (España). Siendo una estudiante de Filosofía y Letras participó en varios montajes teatrales. Posteriormente cursó estudios en la Escuela Oficial de Cine. Trabajó en el teatro y para la televisión destacando las series Los camioneros, de Mario Camus; El pícaro, de Fernando Fernán Gómez; Entre visillos, de Miguel Picazo; Fortunata y Jacinta, de Mario Camus; Los gozos y las sombras, de Rafael Moreno Alba; Los pazos de Ulloa, de Gonzalo Suárez, y Un día volveré, de Paco Betriú. Su lanzamiento llegó con Los gozos y las sombras. No obstante hizo su debut en la pantalla grande en 1967 con Ditirambo de Gonzalo Suárez. Consiguió el premio como mejor actriz en el Festival de Berlín por su trabajo en La colmena. Tras pasar por el teatro y breves papeles en ‘Plenilunio‘, de Imanol Uribe y ‘Tiempos de azúcar’, de Juan Luis Iborra, Charo López interpreta ‘La soledad era esto‘ de Sergio Renán, basada en la novela del mismo nombre de Juan José Millás, con la que ganó el Premio Nadal en 1990. Con Secretos del Corazón, en 1998, obtuvo el Goya y el premio del festival de cine internacional de Cartagena de Indias (Colombia) a la mejor actriz secundaria. Entre otras películas, Charo López, ha participado en Adulterio, Últimas tardes con Teresa, El rey del mambo o Kika, bajo las órdenes de Pedro Almodóvar

Autoridades,

Valdepeñeras y Valdepeñeros,

       Para una mujer como yo, que ha sido más veces pregonada que pregonera, estar hoy aquí, frente a vosotros y a este azul añil árabe tan susceptible en estos tiempos, dejando a mi espalda los versos de un Corán tan sospechoso en estos tiempos de sospecha, que presiden parte de la fachada de este descomunal edificio de la Iglesia de la Asunción que glorifica vuestra historia y nuestra cultura en común, y que no llega a Catedral (pero darle tiempo al Alcalde que todo lo andará), es una satisfacción difícil de trasladar desde la emoción de la voz y el eco de la palabra.

       Yo como vosotros sé lo que es vivir en Castilla, porque vengo de la otra que, no siempre a todo tuvo derecho. Sé lo que es la sed en los labios y mirar al cielo, que nunca se acuerda lo suficiente ni de la tierra ni de los brazos que la fermentan. Sé lo que son las calles empedradas y el renquear de una mula, que como el dueño, maldice con la misma gracia con la que se miraba a una moza o se acariciaba un pajar. Sí, amigos míos, yo también vengo de una historia de calles torcidas como ésta vuestra del Coso, de caminos reales como la calle Real a la que le habéis abierto este afortunado socavón, para que la luz diga que aquí hay gente que gusta de vivir sin estrecheces. Y de sendas de trashumancia como vuestra calle de La Mesta que conduce a esa centenaria plaza de toros donde la piedra da fe de que el tiempo es escultor. Y cómo no, esa calle Ancha que rememora aquel Seis de Junio donde la dignidad de las mujeres y los hombres supieron frenar la codicia del penúltimo Emperador de Europa. Porque la historia de Castilla no la hicieron los Reyes, ni los Católicos ni los otros, la hizo el hambre de unas bocas que rezaban sus miserias, el cansancio de un Imperio que pereció de soberbia, y las lágrimas de unas madres que vieron partir los hijos que parieron para otro futuro. Porque yo soy también de esa Castilla a la que tanto lloró vuestro poeta Juan Alcaide cuando vio en los andenes a “hombres como fardos de Estaciones”.

       Venir de esta parte de la memoria, y estar hoy aquí, frente al embajador de Estados Unidos y vosotros, compartiendo este cuarto de hora de este descomunal siglo que nos ha entrado por Internet sin saber cómo, y mirar para atrás, es confundirse. ¿Es esta Valdepeñas esa que posaba su nombre en las tabernas de mi Salamanca, o en el vaso de vino de la mesa de mi casa y que después tantas veces encontré en el castizo Madrid entre chato y chato y tapa y tapa … de contratos que nunca firmé y de los que sólo me quedó algún amigo y el recuerdo de un tinto Valdepeñas? Yo creo que sí. Porque venir a La Mancha, a cualquier lugar de La Mancha, y en particular a Valdepeñas, es venir a encontrar un mundo de fantasía.

Entrar en esta tierra es entrar en un mundo mitológico. Una ve La Mancha desde el cielo y se pregunta ¿quien puede vivir ahí?, no es extraño que a Alonso Quijano se le secara el seso, antes al contrario, lo extraño es que no se le frieran, en cualquier caso… es de locos, locos inconmensurables claro. Lúcidos como el paisaje, inteligentes como el horizonte, porque una mira las rayas del poniente y piensa ahí se acaba el mundo, pero a poco que andes el horizonte va contigo. Y así sois los valdepeñeros: tercos, que andando… andando, habéis trasladado el horizonte al otro lado del hemisferio. Recuerdo una anécdota que me contó vuestro hijo y mi admirado dramaturgo Paco Nieva. Al parecer, un tío suyo de nombre Cirilo (que manda cirilos), ministro de la República, entre las frases que acuñó para su memoria dejó dicho que es más fácil cazar leones en el Cerro de San Blas que poner de acuerdo a dos valdepeñeros.

       Pero digo yo que no será para tanto… no puede ser, si no, ¿cómo se entiende que este pueblo y sus gentes fueran capaces, como Fuente Ovejuna a una, de frenar el avance de las tropas napoleónicas y que su nombre se glose en los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós? Y más a más, esa gesta dejará para gloria de la mujer el nombre de Juana La Galana. Cuando una se entera de estas cosas, se pregunta: ¿Pero cuántos pueblos pueden presumir de ser Ciudad y tener en su escudo el nombre de heroica?, títulos, que, por cierto, también os dio una mujer, reina regente, eso sí, pero mujer al fin y al cabo. Mujeres sorprendentes las de este pueblo, sobre todo ahora que lloráis la ausencia de Sagrario Torres en sus ojos que nunca le crecieron lo suficiente porque como la corza clavó su iris en quien la hirió:

– ¡Jueces, justicia! -, sin cesar repito.

Ronca, impotente, voy por los juzgados,

peores que sepulcros bien sellados

que me cortan la voz cuando les grito.

       Libres, impunes de su gran delito,

una mujer y un hombre, dos malvados,

mancharon con peritos sobornados

mi limpio nombre en cada verso escrito.

               Montones de sumarios en espera.

Alguien con quien tropiezo en los pasillos,

puede sufrir mi causa infamatoria,

       pensando que algún día Dios quisiera

que la invidente de los dos platillos

distinga bien el oro de la escoria.

Pero… ¿Cómo sois las mujeres de este pueblo?. Yo quiero empadronarme aquí.

       Dice la historia que Felipe II vendió Valdepeñas con almas y enseres al Marqués de Santa Cruz, pero no hay que hacerle mucho caso a la Historia, porque todos sabemos que Felipe II en negocios y otras cosas, era un desastre. Y para mí que con vosotros no hizo un buen negocio, o ¿es un buen negocio pasar a un Marqués un pueblo que en el transcurrir de la historia ha dado tanto?

       Una se acerca a la historia de este pueblo y entiende que cuando se cruza la Aguzadera ya nada puede sorprenderle. Porque todo, en un tiempo estuvo aquí, por aquí, donde hoy estamos, pasaron Iberos (quien no se lo crea que visite el Cerro de las Cabezas), hágalo, señor embajador, verá cuán cansada y resignada es la historia de España.  Y Godos, Visigodos, romanos, árabes, órdenes militares y reyes a los que sus reinos no les bastaban… y después de ver a tantos subir y bajar, los unos y los otros, ¿debe extrañarnos que los que de aquí no se movieron vayan a sorprenderse de que se puedan cazar leones en el cerro de San Blas?.

       Me gusta vuestro pueblo por muchas cosas… porque una de las veces que estuve en Puerto Rico descubrí tres españoles: Pedro Salinas al que una dictadura dejó sempiternamente mirando a España desde el otro lado del atlántico:

No me fío de la rosa

de papel,

tantas veces que la hice

yo con mis manos.

Ni me fío de la otra

rosa verdadera,

hija del sol y sazón,

la prometida del viento.

De ti que nunca te hice,

de ti que nunca te hicieron,

de ti me fío, redondo

seguro azar.

        Y junto a estos versos conocí a Bernardo de Balbuena, Abad de Jamaica y Obispo de Puerto Rico, y para más señas, como señaló vuestro Alcalde en un discurso, autor del poema épico más extenso de la legua castellana: cinco mil octavas reales -que no son pocas octavas-, y supe que allí se refugió, quien este año nos ha dejado con sus notas musicales, el maestro Ignacio Morales Nieva. Daos cuenta, de tres españoles que han colonizado los gozos y las sombras de la Cultura de Puerto Rico, dos: Bernardo de Balbuena e Ignacio Morales Nieva, eran Valdepeñeros. Como dicen los jóvenes de hoy “Ahora vas y lo cascas”.

       ¿Cómo no estar a gusto en un pueblo que tiene en su haber la luz con la que Gregorio Prieto retrató a la Generación del 27?, ¿Cómo no sentirse transportada desde esta plaza a la ensoñación de García Lorca, Alberti o Cernuda?, cuando una sabe que a dos pasos de aquí, en la Fundación del pintor reposa la pluma de tantos versos y el boceto del decorado de Marianita Pineda hecho con la misma mano con la que Lorca dirigió La Barraca.

       ¿Cómo no perderse en la locura de la pintura cuando este pueblo, en los años cuarenta, con los escombros de la barbarie aún sin edificar, puso en pie una exposición de pintura que hoy es la más importante, por antigua y terca, de cuantas se convocan en esta piel que sigue siendo de toro?

       Yo vengo a pregonaros valdepeñeros con el corazón herido por los jirones que me dejé en los caminos y en los escenarios que a mi paso se pusieron, pero como actriz, sé que vengo a mi casa. Porque un pueblo que tiene esta memoria y un teatro como el vuestro, es un pueblo para soñar. No tengo yo, como Paco Nieva, mis venas regadas con vino de Valdepeñas, pero a mi cuerpo le eché lo suyo y a fe que me sentó bien.

Gracias.

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