Data from Tiempo3.com

Fiestas del Vino . 62 Fiestas del Vino año 2015

Brindis Poético a cargo de D. Antonio Carvajal, Premio Nacional de Poesía 2012

Señoras y señores, qué honor para mí, inmérito,

estar en este valle que de peñas se nombra

mas deliciosamente se tiende bajo el cielo

y la estrellada noche con sus airenes copia

y nos da vuelta zumo

que desde los hurgados recuerdos con su aliento

contrasta mis edades entre luces y sombras

sutiles y difusas. Agradeceros debo

la llamada a que acudo, la presencia que me honra

y este trémulo pulso

que supuse dormido pero me lleva cierto

a degustar susurros con emoción remota,

valle de las delicias para todos abierto,

peña en cuyas laderas tañe la vid frondosa

rumor de hervor oculto.

Permítanme, pues, ir a lo que he venido:

Oí tu voz y en ella recibí el mensaje: Inevitable es la muerte pero hacedera es la propia vida. Aquella no dependía de mí, esta era mi razón de ser. Y a la razón me atuve. Me vinieron a las mientes tu aroma en las penumbras, el mostrador de nogal tantas veces estregado donde los repetidos vasos ya no podían dejar la huella de su base, el breve son de la calderilla recontada tan minuciosamente como laboriosamente conseguida, la sensación de haber interrumpido un transitorio bienestar en pro de una paz cotidiana difícilmente dichosa, la absorbente lentitud de las buenas costumbres solapando una supuesta embriagez, más sospechosa cuanto menos evidente. Nunca he oído una palabra dicha con tan diversos matices como llegaba con tantos sobresaltos de mi inocencia tu nombre a mi sentido, vino. Cada matiz sonoro debiera llevar consigo los del color y el aroma, el paladar y el tacto secreto de la lengua capaz de repetirte: era demasiado niño para percibirlos en su confusa nitidez, demasiado hijo para sentir y pensar por mí, un alma escasa para materia tan vasta y variada: No te sabía.

Mientras duró la viña paterna, qué gozo del otoño inicial cuando pisaba las uvas, qué dulces los sorbos del zumo conseguido, qué golosas las gachas de mosto. Se iniciaba una espera larga que aún no me alcanzaba, una latencia ambigua como todos los sueños de labradores: “Por San Andrés, vino o vinagre es”. No tardaría en saber cuántos sueños, cuántos deseos, cuántas esperanzas se agrian; más tardé en alcanzar que también lo agrio aporta beneficios, que lo que hoy es decepción mañana puede ser hallazgo de otros gozos, travesura de niño que degusta lo agraz –vinagre, alloza, albaricoque– con el rápido gozo de la fruición furtiva. Ser hijo de labrador y crecer en casa de pueblo con huerta, pozo propio y chopera umbría para las vacaciones de estío,

secaderos de tabaco para aromatizar los hielos del invierno y encontrar la primera sorpresa de la carne cuando, como por juego, se procuraba el oreo de las hojas para prevenir los mohos, orna la adolescencia con halos aromáticos, con variables percepciones de la piel entre los caprichos del clima, con inefables raptos de sensualidad que la vejez gustaría de añorar como paradisíacos si los ensueños y los recuerdos no enturbiaran los cielos idos con la huella pertinaz de los afectos inseguros, el agobio de los deberes, el desgarro de la forzada ausencia. Cada retorno, en cambio, provocaba un festejo familiar que los varones mayores se encargaban de iluminar con tu espíritu suave, vino.

Crecer en casa separada un tantico del pueblo, con patio, corrales, granero, secaderos, huerta, agua abundante y lecturas, puede habituar a un joven, ya desgajado de su primer ambiente por ineludibles exigencias de los estudios, puede habituar a un joven, digo, a la conversación con los difuntos, a preferir la sabia palabra de Don Miguel de Cervantes frente a la cháchara inane de la familia o la banalidad de los amigos, las hazañas narradas por Fernández y González, la retorcida sentimentalidad de Corín Tellado o la justiciera conducta del “Coyote” en la prosa ágil de José Mallorquí antes que el parsimonioso caminar de casa en casa, de hastío en hastío. ¿Y qué decir de Baltasar Gracián, cuyo Criticón me hizo rebelde y desdeñoso para siempre? Dilo por mí, vino.

Por si prefieres callarlo, evocaré mi primer contacto pleno contigo. Estábamos una mañana en la cuadra, mirando y remirando las vacas, y se presentó un conocido que, por todo saludo, le dijo a mi padre:

–¿Dónde te metes, que no se te ve el pelo?

–Aquí me tienes, porque, bestias por bestias, prefiero estas que no hablan.

Me volví de espaldas para ocultar la risa. Llegada la hora de comer, mi padre pidió dos copas:

–Te la has ganado por discreto. Salud.

El choque de los vidrios tintineó lo que nuestras sonrisas silenciaban. Mi madre y hermanas no me quitaban ojo. Tomé un ligero sorbo de aquel líquido pálidamente rubio y fresco, dejé que me penetrara el paladar y lo tragué con mimo. No, no era un sorbo como los dados al vino de consagrar, siempre sobresaltados y a hurtadillas. Eran otros el color, el sabor, el aroma y la templanza: otro el deleite.

Poco después, mi amigo Pepe Santos me pidió un poema para decorar su pequeño café-bar, conseguido con su sueldo de tranviario, los sudores de su mujer, Rosario, y, según algunos envidiosos, maledicentes como su pecado indica y provoca, con dinerillos del contrabando de tabaco y preservativos. Rosario tenía unas manos maravillosas para la cocina y en Granada, ciudad de tapeo, su ensaladilla rusa causó furor. Otro amigo, Carlos Villarreal, dispuso que el poema se editara en plato vidriado de Fajalauza, antiquísima alfarería del Albaicín, con letra cursiva de esmalte azul sobre campo blanco y orlado de guirnalda con ramas, flores, pájaros y entreabiertas granadas. Mi voz sonaba así:

Que me den el verso viejo

para decir lo que siento,

que antiguo es mi pensamiento

y la voz con que os lo dejo.

Como el vino, así de añejo

lo que pienso y siento y digo;

y las cosas que mendigo

por saciar mi corazón

mejores si viejas son:

el vino, el verso, el amigo.

De verdad, me gustabas añoso, con mucha solera, aromático, limpio como los atardeceres de invierno. Me estremecía el recuerdo de aquel blanco peleón que lo impregnaba todo con su tasto de leña revenida y su anémica palidez de frustraciones: traído de Valdepeñas, llegabas en fudres, joven, expansivo, prometedor de no se sabe qué delicias, y te bautizaban y partían y te rebautizaban y te repartían como se pudo malbaratar un morisco sometido a la explotación de un usurero infame; perdías con tu nombre la memoria sonora de tu patria y pasabas a ser un blanco, como si lo adjetivo evidente bastara para recobrar las calidades de las que te habían despojado. Eran tiempos de perras gordas y chicas que ladraban tu precio al por menor y les servías a quienes te infamaban para enseñarnos a los novicios de tu culto la diferencia entre la borrachera y la ebriedad. La distinción no era vana: A quienes te degustábamos sin adulterar y trasegado en bodegas umbrosas y buena compañía nos molestaban los poetas de tasca-tinto-y-maní, voceros de sus sentimientos y pagados de sus maneras. Mas, como no éramos mojones a la manera de algún candidato a la alcaldía de Daganzo ni catacaldos a los usos de hoy, nos solíamos fiar de los consejos de nuestros mayores, empezando por el príncipe de Villena, Don Juan Manuel, que daba estos consejos a su muy amado hijo:

…vos guardad de probar nin de usar muchas valentias nin ligerezas nin fagades trabajar el cuerpo más de quanto pudiere sofrir en buena manera.

Otrosi, usad todas las viandas de carnes y de pescados. y de vianda de leche. y de fructa y de hortalizas, y de salsas y de speçias, y de confites, y de las otras viandas que llaman en latin licores, asi como miel y azeite y vino y sidra de mançanas, y leche y vinagre, y todas estas cosas provad a las vegadas, por que si vos acaesçiere que las ayades mester que non lo falle la vuestra complison nin los vuestros miembros por cosa estraña. Mas el mayor uso de las viandas sea pan y vino y carne con los menos adobes que pudieredes, y de las otras viandas fazed como se vos guisare; et si guisaredes de bever el vino muy aguado, a lo menos que sea la meatad de vino y la meatad de agua, y que al comer bevades lo que entendieredes que vos cumple; y que, si non al comer, non bevades vino en ninguna manera, sinon agua si ovieredes sed…

No venido del cielo, sino alzado del suelo, príncipe de la luz fermentado en tinieblas, delicado de crianza y vigoroso en tu  madurez, provocas el asomo de la verdad pero nadie debe usarla en vano ni proclamarla como propia: su enunciación no pide comunión sino desahogo, es una liberación de las sombras que estorban al alma como las guijas en el calzado maltratan y hasta hieren los pies, es una depuración de las pasiones que escapan del corazón y lo dejan aseado y dispuesto para futuras liberalidades. Te supe así, así te he querido siempre, así te he solicitado en la desolación para sobrellevarla, en el gozo para expandirlo, vino de mi verdad cantada con medida, propagada con modulaciones y cadencias:

Déjame que consiga tu insomnio de taberna,

chófer de los ocasos amansados del vino,

para olvidar que existen una amenaza eterna

y un instinto en el cuerpo rebelde a su destino.

Cuando escucho mi nombre en tu palabra tierna

de arcángel generosos de asfalto, vidrio y lino,

una esperanza chica, un temblor de linterna,

perenniza mi paso de abrupto peregrino.

Tu voz dice en el vino que escancia el tabernero:

“Antonio, Dios te salve del sueño de la gente

y ante la aurora puedas mantenerte vigía”.

arcángel de mis ansias– en tu copa me muero,

y me duele en la carne la quietud de tu frente,

y tu embriaguez de sangre prende fuego en la mía.

Sí, prende nuestra sangre con tu fuego, y sea para nuestra salud, vino.

Antonio Carvajal

Motril, día 3, y Valdepeñas, 4 de Setiembre de 2015

Suscríbete al Newsletter

Suscríbete a nuestro newsletter para estar al día de las noticias e información destacada de nuestra localidad. Para ello deberá inscribirse a través del siguiente Formulario: