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Fiestas del Vino . 64 Fiestas del Vino año 2017

Brindis Poético a cargo de D. Felipe Benítez Reyes, Premio Nacional de Poesía 1996

Una fiesta es una fantasía de la realidad.

Una fiesta es una realidad que se pone un vestido de lentejuelas y se echa a la calle, dispuesta a que la calle le revele un enigma inconcreto: lo que no se sospecha, lo que se ansía, lo que se aguarda.

Una fiesta es una realidad que se encasqueta un sombrero de copa y saluda con él a la luna, amiga de los solitarios y de los jubilosos; la luna que es aliada de los duendes.

Una fiesta es una realidad que se emboza en una capa y sale a propagar un secreto, una realidad que lleva un gorro con cascabeles.

Una fiesta, en fin, es una anomalía prodigiosa en el fluir de la vida de todos.

Y aquí en Valdepeñas estamos de fiesta.

Buenas noches, valdepeñeras que entráis en fiestas.

Valdepeñeros en fiestas, buenas noches.

Muchísimas gracias por invitarme a vuestras celebraciones en calidad de heraldo de esa alegría que durante las jornadas venideras, entre cata y cata, inundará las calles de vuestro pueblo.

Muchas gracias por vuestra hospitalidad.

Muchísimas gracias por brindarme el privilegio de hacer una invitación que no resulta necesaria: la invitación al disfrute, porque ese disfrute está instalado ya de sobra en vuestro ánimo, impaciente por manifestarse.

El júbilo colectivo está ya en la calle.

Y que el melancólico se sacuda su manto de ceniza.

Y que el desdichado invoque al olvido.

Y que el sombrío busque la amistad de las luces.

Y que el desventurado encuentre la ventura.

Y que el aventurero encuentre la aventura.

Y que el frágil se haga fuerte en el río de la vida.

Y que el náufrago simbólico encuentre su isla simbólica.

Y que el pesaroso se sacuda el peso de sus pesares.

Y que el pensativo se vuelva sensitivo.

         

No puede existir circunstancia más civilizada ni conmovedora que la de una colectividad que decide ser dichosa mediante la concelebración del júbilo.

Un pueblo en fiestas viene a ser una reconstrucción del paraíso, un lugar en que no existen ni las penas ni el tiempo, porque el tiempo de la fiesta es inmortal.

De modo que celebremos.

De modo que neguemos rotundamente durante estos días a los que promueven la animadversión, a los que promueven las desigualdades, a quienes profieren verdades piadosas y mentiras sin piedad.

Celebremos la alegría de poder sentir, de tener un cuerpo que pide música, que alza la copa de vino en un brindis de complicidades,  un cuerpo que sabe amar y que sabe contemplar, un cuerpo que sabe reír y apropiarse de la hermosura.

Estamos estrenando septiembre, que es tiempo de cosecha.

Las vides han cuajado su fruto, como paso inicial de esa cadena de milagros que desemboca en el vino que llega a la copa transparente, que se demora en el paladar, que en el paladar rompe con todos sus matices armónicos, que enciende y vivifica el pensamiento.

Recordemos aquellos versos del ilustrado Juan Meléndez Valdés:

Honor, honor a Baco,

 

el dios de las provincias,

que el málaga, el tudela

y el valdepeñas cría.

Alas al genio ofrece,

calor a la armonía,

y a los claros poetas

templa acorde la lira.

 

Vosotros, vecinos de Valdepeñas, estáis festejando en estos días ese proceso prodigioso que convierte la uva en vino, ese proceso que sugiere la magia clandestina de la alquimia, ese proceso milenario que supone uno de los hallazgos felices de nuestro cúmulo de civilizaciones.

Hay un factor misteriosamente sagrado en una copa de vino.

Hay allí una sabiduría muy concreta, pero a la vez muy enigmática. Como enigmático es por sí mismo el vino, el elemento de un ritual de transformación.

Ese vino que actúa sobre nuestro pensamiento y sobre nuestras emociones de un modo imprevisible, siempre en la frontera que separa la luz de la tiniebla, el gozo del tormento.

Ese vino que viene a ser un experimento con nosotros mismos, un juego a cara o cruz.

Ese vino que, como decía, sugiere la sacralidad de todo lo misterioso.

Las bodegas tienen algo de recintos secretos, silenciosas en su penumbra aromática, donde parece oírse el latido imperceptible de la vida que se genera en el interior de las barricas; ese proceso lento, delicado y recóndito que se traduce en el portento de un caldo que seduce el paladar y se alía con las ensoñaciones.

Desde que la humanidad es humanidad, ha tenido necesidad del festejo, como un alivio de la rutina y, a la vez, como una especie de catarsis, pues la fiesta purifica el ánimo, sosiega el ansia y entretiene de sí mismo el espíritu.

Frente a la penitencia, por tanto, el ágape.

Frente a la soledad, la armonía de todos.

Frente a los pensamientos torturados, el gozo que sólo piensa en cumplirse.

Vecinos de Valdepeñas, vuestro pueblo va a llenarse de la magia invisible y errante de la música, de la magia cálida y casual que surge de las reuniones humanas en armonía, en predisposición de felicidad, y vais a ser dichosos, como dichosos serán todos los que vengan a visitaros, porque los pueblos festivos son hospitalarios y quieren repartir su contento.

Durante estos días, nadie puede dejar de ser generoso y gentil, dispuesto a hacer el regalo más abstracto y más valioso: el de su alegría.

Durante estas jornadas de celebración, Valdepeñas será un reino de maravillas, un pueblo envuelto en un eco de melodías y de risas gozosas, de cantes y de saludos de buena vecindad, porque todos formaréis un enjambre venturoso.

Durante estos días de celebración,  construiréis un pequeño paraíso en un gran mundo convulso, y seréis los dueños y administradores únicos de ese paraíso, y tendréis el privilegio de sostenerlo en el aire, como se sostienen los espejismos.

Y vamos a poner un traje de colores a nuestra memoria.

Y vamos a poner una melodía de fondo a nuestra soledad.

Y vamos a tender guirnaldas de luces en nuestra conciencia.

Porque Valdepeñas anda en estos días de fiesta y todo el mundo está obligado a dejar de ser quien es para diluirse en la colectividad, para formar un ser único que se instala en el mundo con lo mejor de sí mismo.

Vamos a vivir el momento, como nos aconsejaban los clásicos. Vamos a atrapar el instante feliz que como llega se va.

Cojamos las rosas perecederas del mundo.

Comienza hoy el convite de todos.

Larga vida y larga fiesta.

Que las calles sean el escenario de lo mejor de nosotros.

Que todo transeúnte sea el transeúnte de la Arcadia.

Que nadie se quede fuera de la cueva prodigiosa de Montesinos.

Que el perdido se encuentre en la multitud.

Que la multitud acoja al perdido.

Que quien lleva el llanto por dentro lo ahogue en júbilo.

Que quien llore sólo llore de risa.

Que el vino sea un buen amigo.

Que el vino nos avive los ensueños amables.

Que los niños descubran el país de las hadas.

Que el taciturno se canse de serlo.

Que la música nos una a todos en el prodigio de la armonía.

Que el baile sea un baile agarrado con el universo en pleno.

Que brille el sol que doró los viñedos barrocos.

Que la luna sea más blanca que nunca.

Que cuando sintáis nostalgia de estos días, todos tengáis el espíritu alimentado por el recuerdo de unas felicidades compartidas e inolvidables.

Y que siga la vida.

Y que nosotros sigamos teniendo motivo y ocasión de celebrarla.

 

Felipe Benítez Reyes

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