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Fiestas del Vino año 2012

Brindis Poético a cargo de la escritora y poeta Ángela Vallvey, Ganadora del Premio Nadal 2002

Lugar:Plaza de España

Excmo. Sr. Alcalde, autoridades, señoras y señores…

Buenas tardes.

En primer lugar agradezco emocionada la oportunidad y el honor que me han ofrecido de poder estar aquí y dirigirles unas pocas y sentidas palabras.

Cuentan que Edgar Alan Poe se enamoró por primera vez en su tierna adolescencia. Como era un muchacho peculiar -hoy le hubiesen llamado friki seguramente, porque a todos les ponemos una etiqueta, aunque sea falsa-, como era un chico raro de 14 años, se enamoró perdidamente de una hermosa mujer mayor que, por casualidad, era la madre de uno de sus compañeros de colegio. Una señora joven y bella. Pero frágil, como todas las mujeres que amó Poe. El chico sintió una auténtica pasión durante un año hasta que, ya cumplidos los 15, su amada murió sumiendo al futuro escritor en el mayor de los desalientos. Tal era su desesperación que, por las noches, acudía al cementerio donde estaba enterrada su adorada, se sentaba junto a la tumba y suspiraba con tristeza bajo la luna como un alma en pena. Era muy aficionado a ese tipo de escenarios, poco festivos. Sus amigos le preguntaron: ¿por qué haces eso, por qué vas al cementerio y pasas las horas muertas, nunca mejor dicho, al lado de su tumba?”. Y Poe respondía: “Porque no pierdo la esperanza de verla resucitar”.

Poe fue una de las personalidades más atribuladas de la historia de la literatura. Sus cualidades tan diversas, su genio atormentado y esa incontrovertible versatilidad suya siempre lo han puesto a buen recaudo del peligro de ser clasificado. Lo más probable -o a mí me gusta creerlo-, es que Poe fuese un soñador. Un soñador, un librepensador, un agrio humorista, un mordaz satírico. Rasgos de carácter que no es difícil, por cierto, encontrar en esta tierra, a pesar de lo lejos que estamos de Boston.

Pues bien, al igual que Poe, yo tampoco perdía la esperanza de resucitar mi niñez y hoy, por fin, mi espera se ha visto recompensada con la oportunidad que ustedes me brindan al dejarme hacer este brindis, valga la redundancia, porque la redundancia es abundancia y de eso va también esta celebración: de la abundancia, de la fiesta. De lo mucho en la época de lo poco. De lo más en el tiempo de la resta. De la recolección en el turno de la aparente escasez. Y por eso es más necesario que nunca loar, exaltar y honrar esta merecida alegría.

Quienes me conocen saben lo importante que es Valdepeñas en mi vida. Cuando yo era niña y pisaba estas calles que huelen a trabajo y a mosto, que son doctas en la teología del vino y, por lo tanto, de la cultura occidental, cuando era una adolescente, quizás más friki que Edgar Alan Poe, Valdepeñas me parecía aún mas imponente que Nueva York que, por supuesto, por entonces no había visitado. Y créanme si les digo que esto no es ninguna exageración ni una licencia literaria sino la sencilla verdad.

De la misma manera que a un bebé su cuna se le antoja un lugar inmenso e inexpugnable, para mí Valdepeñas era mi cuna, y era enorme, increíble, y no hablo solo de tamaño espacial, yo la sentía como un prodigio industrioso, una comunidad con empuje, que construía orden y prosperidad sin cesar, la sentía como un ejemplo de esa abundancia que acabo de sugerir. Lo mejor de todo fue que, andando el tiempo me hice mayor, viajé por el mundo y viví en otros países, pero lo mejor de todo fue que aunque mi mente amplió las fronteras de la tierra no cambió mi imagen de esta ciudad, y cada que paso por la autovía –normalmente en dirección a San Lorenzo, mi pueblo- miro a Valdepeñas con los ojos de aquella niña y me sigo diciendo a mí misma: “qué grande, qué grande es Valdepeñas”. Esta tarde quiero brindar por eso: por lo grande que es Valdepeñas. Por su grandeza, quiero decir. Porque siga estando en manifiesta conexión con las fuerzas de la naturaleza a través del vino y el corazón de sus gentes. Porque cuando los seres humanos, allá por la noche de los tiempos, se establecieron y dejaron de vagar perdidos, empezaron a hacer vino y entonces nació la civilización, la cultura occidental, el brindis. Este brindis. En ningún brindis que se precie puede faltar el vino, que es la esencia del discernimiento que tenemos de la tierra, de nuestro hogar y de nuestro sitio en el universo. Porque cuando construimos un refugio, instalamos dentro a nuestra familia y brindamos en él con vino, prevalece en nosotros el espíritu y el pensamiento, pero conectados al cuerpo a través de un caldo, de un vino siempre forjado con el juicio y la razón.

De modo que quiero brindar por el juicio y la razón que ya tiene Valdepeñas en su ADN, en su escudo de armas y en su escudo de almas, en los dos.

Brindo por la enología y sus tratados, porque aquel sueño cultivado, refinado, avanzado, que empezó en el Neolítico, quizás en los valles de la Armenia, llegó un día a este lugar de la Mancha, cuyo nombre jamás he olvidado, y aquí echó raíces en buenas cepas. Y yo me congratulo de ello. Brindo por Los trabajos y los días, de Hesiodo y los de todos los habitantes de esta ciudad. Brindo por el Consejo Regulador de la buena gente, la gente de estas tierras, que son un paso evolutivo en la comarca y el país. Por la barrica, el cristal y el tapón de corcho, humildes e imprescindibles, honorables y preciosos como suele ocurrir también con las personas que logran que una sociedad sea sana. Brindo por la vendimia, que yo he practicado en tiempos, por que a fe mía que un joven aprende mucho más vendimiando que tumbado a la bartola sobre la cubierta de un yate. Brindo por las puestas de sol y los amaneceres que podría haber pintado Velázquez pero que regalan estos cielos sobre los tractores que recorren los caminos y sortean las vides llenos de trabajadores con las manos oliendo al fruto de la cosecha, que es el aroma de la vida.

Brindo porque, como se decía en el siglo XVII, el que bien bebe bien duerme, y quien bien duerme piensa bien, quien piensa bien, bien trabaja y quien trabaja bien debe beber vino.

Brindo por la templanza, en el beber y en la vida. Que, si hemos de creer a Cervantes, el exceso de vino ni guarda secreto ni cumple palabra. Y el exceso en todo lo demás ya

ni hablamos.

Brindemos porque la Muy Heroica y Muy Leal e Invicta Valdepeñas es una ciudad que practica la prudencia y a la vez el desarrollo, y brindemos porque lo siga haciendo así. Porque los seres humamos, tomados uno a uno, quizá seamos torpes, poca cosa, pero juntos somos sabios, como afirmaba Burke, y juntos hemos construido esta ciudad de la que yo siempre me sentiré una parte pequeña, insignificante, pero a pesar de eso yo también quiero tener derechos de propiedad, como una valdepeñera más, sobre ese milagro llamado Valdepeñas. Que crece en estos tiempos duros, cuando hasta los árboles se lo piensan antes.

Brindo por la abundancia, de la cosecha y del espíritu. Y brindemos también por los molinos, que son gigantes, que para mí lo son por mucho que Sancho se empeñara en lo contrario. Por La Galana y La Fraila, e incluso por el Ángel con las alas quemadas del Cerro, que tanto me impresionaba antaño, porque lo veía de lejos y parecía avisarme de que tener alas no significa que uno sea capaz de echar a volar; brindo por Bernardo de Balbuena y Francisco Nieva. Por Gregorio Prieto y Ana de Castro Egeas. Por Juan Alcaide y por Tomás de Antequera, y por tantos y tantos hijos ilustres de Valdepeñas. Por sus modernos. Por sus poetas, porque esta es tierra de poetas,

porque la vid, la luz y la tierra buena siempre acaban combinándose para que el verso brote, surta, viva.

Gracias entre otras cosas a la cultura que rodea a la elaboración del vino, junto con la del aceite, el mundo del Mediterráneo dejó atrás la infancia de la humanidad e hizo esfuerzos por desentrañar las leyes de la Naturaleza y que los seres humanos fuesen algo más que monos desnudos, dando lugar a un marco legal, al derecho privado, las costumbres viejas y honorables, la vida familiar y comunitaria, la protección del ciudadano contra las arbitrariedades del poder, y el convencimiento de que merece la pena vivir la vida. Todo eso, por supuesto, precisa que hoy brindemos con vino para celebrarlo pues, de todos es sabido, que en el vino está la verdad. Y además lo recomendaba Shakespeare, y Li-Po, y muchos otros por los que siento un gran respeto.

De modo que brindemos y bebamos; al decir de un antiguo himno goliardo: “Salud, oh vino de claro calor, salud, oh vino de sabor sin igual”.

Y brindemos porque los vinos de Valdepeñas lleguen a todos los rincones de la China, y la Conchinchina, y más allá de la Ruta de la Seda electrónica de estos tiempos de Internet; porque estos vinos merecen que les salgan alas y viajen por el mundo llevando un poco, aunque solo sea un poco, de este color, de este calor, del sabor único de esta tierra, que es mi tierra.

Bueno, lo dicho: que brindo por Valdepeñas, por su maravillosa plaza, sus conventos, su vino, sus gentes y su grandeza. Por la abundancia. Porque el sol siga repartiendo igualdad de oportunidades por estos campos venerables.

Y brindo por los que amamos y por lo que amamos. Y porque sigamos amando.

Y, por supuesto, brindo por todos ustedes.

Muchas gracias.

¡Salud!

Ángela Vallvey Arévalo.

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